BAILA, BAILA, BAILA

“Baila, baila, baila” es la críptica orden que recibe el protagonista de esta nueva novela de Murakami. Un solitario reportero freelance, divorciado y con pocos amigos escucha en los confines del sueño y la conciencia que alguien llora por él. Y decide ir de nuevo al Hotel Delfín.
Murakami desarrolla esta novela con varios de los ingredientes ya habituales en él y usados en anteriores novelas: el hombre carnero, el lugar real pero al que se accede de modo difícil, la niña o adolescente misteriosa que tiene sensibilidad especial para captar ciertos aspectos de la realidad. De nuevo lo que importa aquí es el lugar donde todo se conecta, entender que la soledad nos acompaña, el modo de tratar ciertos temas, sencillo y algo misterioso, con tranquilidad, dejando pasar el tiempo. No sabemos el nombre del protagonista, un tipo de treinta y cuatro años con un extraño sentido del humor, que cocina, escribe y limpia su apartamento, como suelen ser los protagonistas de Murakami. En “Baila…” hay más sentido del humor que en los anteriores libros, un humor peculiar que contrasta con las frases de aliento poético y de conexión con esa franja de lo originario y con la música de rock.
Hay muchos guiños al lector, como un escritor de fama llamado Hiraku Makimura. Esta novela continúa “La caza del carnero salvaje” y a ella hace alguna referencia. Fue publicada en 1982 y el lector fiel de Murakami se encontrará como en casa, con todo lo que le suele ofrecer, aunque de modo menos acuciante que 1Q84 que más bien parece, leídas en el orden en que fueron escritas, un desarrollo de “Baila…”. El sexo con prostitutas es un tema recurrente y, a la vez, se trata con suavidad y sin apenas descripciones. La muerte está muy presente: como algo que ocurre inevitablemente. En esta novela son claves ambos temas: la necesidad de avanzar y de esperar y, como siempre, la existencia de ese intersticio entre los sueños, la inconsciencia y lo real con lo que se conecta de diversos modos que son concedidos y no pertenecen a lo racional ni al mundo ordinario. Sobre todo ello se reflexiona con tranquilidad y lentitud. O más bien, Murakami dice cosas asombrosas o conocidas, familiares o reconocibles por sus novelas: eso que gusta a sus lectores, junto con su ritmo pausado, su cadencia personal y sus personajes singulares.
Por otro lado, podríamos ser exigentes con Murakami y señalar que, en el fondo, la novela no es más que la amistad entre un periodista corriente y un famoso actor de cine que se divierten tomando copas y acostándose con prostitutas. Murakami le confiere su toque característico y le añade toda una personal visión de la historia del rock, como la banda sonora del libro, pero no añade nada que no esté en sus anteriores novelas.

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