CANCIÓN DE CUNA

Nos encontramos con un nuevo capítulo de ese único libro que está escribiendo Jesús Montiel. Este poeta, que se expresa en prosa, mantiene en Canción de cuna el tono lírico, íntimo y personal, que tan bien le caracteriza y le hace reconocible ya en las primeras líneas. El título viene a cuento porque el autor invierte la historia al contemplar a su madre, ya anciana, en lo que parece una etapa de tristeza y pesadumbre. A partir del deseo de volver a estar protegido entre sus brazos, inicia un canto de acción de gracias a la vida. Una alabanza honda que sabe descubrir, entre el sufrimiento o el hastío, los destellos de Dios en lo vulgar cotidiano: el dolor, es decir, la vida, tiene sentido.
Como es habitual, escribe al dictado de la realidad y al hilo del presente: la vida sucediendo es su fuente de inspiración. Pocos como Montiel son capaces de mirar al dolor de frente y no escamotearlo con “bondadosidades”. Porque en el dolor, compañero de la vida, hay un principio de vida: “el dolor está al principio de todos los nacimientos”. El mal no es el dolor, el mal es la nada, la falta de amor. A este respecto, afirma que la misión de la poesía es recordar que, por debajo del dolor, están las acciones de gracias.
Advertimos una de sus capacidades literarias más destacadas: descubrir la belleza y el amor, con mayúsculas, escondidos en lo concreto y material: “Sentada entre los asistentes, sin un solo aplauso, ella [su madre] era el vivo retrato de ese amor del que me alejo cada vez que lo explico”. También descubrimos otras de sus ideas fuerza: el poeta debe quitarse de en medio, no estorbar, y dejar que las palabras sean reflejo exacto de la realidad. Así se explican las bellas y expresivas metáforas e imágenes que nos regala, flechazos desveladores de una realidad más allá de la muerte. El estilo, sencillo y directo, envuelve al lector y le mueve a la reflexión y a la contemplación.

Francisco Andrés