CORRE HASTA EL FIN DEL MUNDO

Adrian J. Walker (Sydney, Australia, 1975) sitúa la acción de de su novela Corre hasta el fin del mundo en la ciudad escocesa de Edimburgo en las primeras décadas del actual siglo XXI. El protagonista, casado y con dos hijos, Alice de tres años y el bebé Arthur, parece sumergido en una vida rutinaria carente de ideales y oculta su apatía con las borracheras de cerveza durante los fines de semana. El trabajo le sirve de excusa para justificar las ausencias del hogar y la falta de atención a la familia, convertida para él en fuente de molestias de la que procura escapar a la menor oportunidad. En ese mundo anodino, rodeado de vecinos y compañeros de trabajo que participan de su mismo hastío vital, Edgar se ve golpeado de forma súbita por un fenómeno dramático que va trastornar su existencia.
Durante una madrugada de sábado a domingo, una lluvia de meteoritos de gran tamaño impacta sobre el territorio de Gran Bretaña, incluyendo ciudades tan populosas como Glasgow y Edimburgo al norte y Londres al sur. Mientras miles de personas huyen despavoridas en busca de algún refugio, Edgar baja con su familia a un antiguo sótano excavado en los cimientos de su casa, a modo de bodega. Provistos de agua y alimentos y alumbrados con velas, logran sobrevivir al derrumbe exterior que perciben fuera de la trampilla de hierro que les separa del mundo. Varias semanas después, acabados los alimentos y viciado y el aire interior, Edgar decide salir del encierro con su familia y enfrentase a la ruina total de la ciudad, sembrada de cadáveres y automóviles carbonizados. Cuando todo parece perdido, un helicóptero militar les conduce a un centro de refugiados donde algunos centenares de personas reciben asistencia primaria e instrucciones de cara a un futuro lleno de peligros. Acogidos a la protección militar, se ven sin embargo amenazados por grupos de bandoleros armados, en busca de agua y alimentos que asaltan los núcleos de supervivientes y después de despojarlos de sus escasos bienes acaban con ellos. En los meses siguientes, Edgar queda separado de su mujer e hijos, trasladados en helicópteros al puerto de Cornualles donde embarcarán hacia países del hemisferio sur, que se ha librado de la lluvia de aerolitos. Para reunirse con ellos emprende un arriesgado viaje a pie través de Inglaterra con el fin de localizarlos y ser evacuados juntos en busca de una nueva vida. En el trayecto, sufre numerosas penalidades, emboscadas y asaltos que le obligan a luchar sin desmayo en una carrera frenética que endurece su carácter y despierta en él unas cualidades de generosidad y entrega que le redimen de sus egoísmos durante los años anteriores al desastre. El estilo realista cumple la misión de impresionar al lector con escenas de notable fuerza emotiva, centradas en el drama personal del protagonista en su empeño por recuperar a la familia. Dentro de los valores positivos que encierra la novela aparece la nota discordante de una expresión blasfema, sin duda introducida por el traductor ya que no existe equivalente en lengua inglesa.

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