DIAMANTES PARA LA DICTADURA DEL PROLETARIADO

Julián Semiónov (1931-1993) es un escritor ruso poco conocido en nuestro país. Seguramente a través de su padre, editor de Izvestia, aunque caído en desgracia, heredó su capacidad de escribir que puso en marcha después de estudiar en el Instituto de Estudios Orientales de Moscú y de dedicarse a la enseñanza. Comenzó a publicar en las revistas rusas más conocidas del momento y consiguió viajar por Europa y América, completando así una basta cultura, que se refleja en su extensa producción literaria que abarca casi todos los géneros.
El salto como escritor de novela policiaca lo da con la creación del espía Maxim Maxímovich Isáyev, que actúa con el sobrenombre de Max Otto von Stirlitz y que protagoniza una docena de novelas que transcurren en diversos escenarios internacionales. Diamantes para la dictadura del proletariado es la primera de ellas y fue publicada en 1971. A lo largo de la saga se va perfilando cada vez más a Stirlitz hasta hacer de él un personaje más complejo, aunque no pasa de ser una persona normal, en algunos casos hasta mediocre, pero de una ciega fidelidad al comunismo.
La novela está ambientada en el momento en que comienza una nueva orientación económica en el país en 1921, después de la Revolución. El conjunto de personajes es amplio y es muy difícil saber quién es quién y de qué bando está, ya que todos mienten más o menos. Todo está impregnado de esa nueva economía proletaria (la NEP) que acabará imponiéndose, pero mientras tanto grandes sumas de dinero, joyas y diamantes salen de la URSS a través de los Países Bálticos. Esta situación provoca que la Checa entre en acción, y aquí aparece Max Otto von Stirlitz, quien tiene que desenmascarar a los personajes de esta trama que está arruinando al Estado y provocando el retraso del supuesto avance económico. Para conseguirlo, tendrá que viajar y estar con unos y otros, desempeñando un papel ficticio que encarna muy bien.
La novela es una conjunción de géneros, desde la novela histórica a la de espías y policiaca. Escrita con pulcritud, resulta un tanto densa por ese peculiar estilo ruso que al occidental le cuesta entender y que se nota tanto en las descripciones como en los diálogos; el ritmo narrativo, con sus escenas de tensión bien construidas, a veces se hace muy lento.

Alberto Portolés