DIARIO A LOS SETENTA

Diario de una soledad, una oda a la vejez, comienza el 3 de mayo de 1982, día en que Sarton cumple setenta años, y termina justo un año después. Anteriormente se publicó en español La casa junto al mar, ambas localizadas en su amado hogar en la costa de Maine.
Los años le aportan una liberación: “Siento menos culpabilidad porque tengo menos ira”, pero también el dolor por la pérdida de los que amó. Es feliz con su vida retirada (“¡Por fin, tres meses para mí sola!”, exclama al comenzar el invierno), ansía la soledad para asimilar sus experiencias: procesos interiores, la lucha con la inspiración, los problemas cotidianos o las relaciones con el mundo; no así cuando ha de enfrentarse a conferencias, visitas y celebraciones, incluso al tiempo que le sustrae la intensa relación epistolar. A pesar de la felicidad de sentirse querida, surge el instinto de encerrarse en sí misma: su verdadera vida es encontrarse en soledad y con la musa de la poesía.
Los días van sucediéndose con sencillez, con una rutina autoimpuesta, en sintonía con las estaciones: el cuidado de las flores en primavera, retirar la nieve en invierno, los paseos hasta el mar, atender las visitas, despachar el correo o los intensos momentos creativos... Las tonalidades del jardín, la fragancia de las flores, la amarilla luz del sol al amanecer, el canto de los pájaros o el rumor del mar forman parte de su existencia y transmiten al lector su amor a la naturaleza.
Sus ideas manifiestan un compromiso antibelicista y una preocupación por el racismo y la xenofobia; también que su orientación afectiva haya servido de guía y puente entre la sociedad y el mundo homosexual. Manifiesta su fe en los valores cristianos, aunque no crea en la vida eterna o acuse a la religión de todas las guerras. Son muy interesantes las reflexiones literarias sobre la inspiración y cómo la escritura ordena el caos del mundo y desvela la belleza escondida; o sus esfuerzos -conseguidos sobradamente- para alcanzar “un estilo que no se notara, claro y preciso”.

Francisco Andrés