DISTINTAS FORMAS DE MIRAR EL AGUA

Julio Llamazares regresa en su mejor versión con Distintas formas de mirar el agua, una novela coral que a través de dieciséis personajes, entre las que se cuenta la viuda del protagonista hasta su nieto más pequeño, van plasmando su visión de una misma realidad: la muerte de su abuelo, Domingo, un campesino honrado y sencillo al que todos admiraban y querían, que los ha convocado a todos en el pantano donde han esparcido sus cenizas. El pantano que obligó a desalojar, cincuenta años atrás, a la familia de la localidad leonesa de Ferreras. Todos vienen desde sitios dispares y añaden su voz desde diferentes mentalidades a esa situación de pena y desarraigo a lo que se añade el comentario de un automovilista ajeno a los hechos que cierra de modo original estas páginas.
El libro, que recoge algún guiño autobiográfico del autor y tiene resonancias de su obra La lluvia amarilla, está construido a partir de un argumento muy sencillo: un suceso y dieciséis modos de mirar el agua, breves monólogos que transmiten fuerza y emoción. El núcleo de la trama son los lazos familiares que unen a los personajes, quienes hablan en primera persona con un tono de resignación pero no de tragedia, pues todos aceptan lo ocurrido como inevitable mientas contemplan el fascinante paisaje. Sus reflexiones expresan nostalgia pero no tristeza en un sentimiento univoco, aunque con el sello personal de cada uno según su edad y situación vital. En cierta manera, esta obra podría ser un homenaje a esa generación del mundo rural castellano de grandes valores humanos que tanto trabajó y luchó por salir adelante. Si bien a veces puede parecer que la estructura ofrece cierta reiteración, se trata de un elemento literario que Llamazares emplea para dar vigor y un poderío casi elegiaco a su narración logrando un caleidoscopio familiar sumamente convincente y de belleza estética que atrapa al lector desde la primera página.

© Reseñas bibliográficas Fundación Troa