EL AGRIO

Publicada en 2001, es la segunda novela de esta autora que, es evidente, dispone de estilo propio. Sus creaciones literarias y visuales (es artista visual y vídeo artista) participan de una estética basada en el impresionismo y la percepción fragmentada de la realidad. Valérie Mréjen sabe seleccionar esos detalles mínimos que transmiten un ambiente o retratan a una persona, a la vez que los transcribe con un estilo basado en pinceladas rápidas, plásticas y sugerentes.
El argumento es sencillo: la narradora se enamora perdidamente de Bruno, El Agrio. Pero él, un personaje un tanto neurótico y cínico, no corresponde y la relación se va enfriando a pesar de los esfuerzos de ella por avivarla. Fuerte contraste entre dos personalidades: la de ella, sensible, detallista, entregada, enamorada; él, descuidado, independiente, egoísta y pendiente de satisfacer sus pequeñas obsesiones. La novela avanza con agilidad y dinamismo entre encuentros y viajes en los que Bruno desaparece sin explicaciones; entre citas, a las que él no llega u olvida; entre los esfuerzos de ella por hacer visible su relación ante los demás, mientras él mantiene una novia anterior.
Los personajes se hacen vivos y veraces gracias a detalles irrelevantes en apariencia que componen un todo. Da la sensación de asistir a una película en la que una voz en off comenta una ruptura amorosa, aunque -gran acierto- con la distancia que tomaría un espectador ajeno, a pesar de estar narrada en primera persona,
La impresión final es triste: todo está impregnado del individualismo del modo de vida contemporáneo. Así, Bruno acota el marco de las relaciones personales: “Hago de la independencia, o al menos del máximo de independencia, la condición y la garantía de un amor incondicional y sin garantía”. Y la autora se limita a tomar nota de lo que sucede como si la vida careciera de sentido o trascendencia.

TROA