EL LOCO DE NUEVA YORK

Es un interesante peregrinaje por la bondad y la amistad humanas, encarnadas en dos personajes desahuciados por la sociedad. Billy es un hombretón, un gigante bueno, que consigue rescatar a Max, ausente y perturbado por el dolor, de las calles de Nueva York. Les une la amnesia y el ataque terrorista a las Torres Gemelas.
La novela nos va llevando con saltos en el tiempo: la ayuda del gigantón Billy a Max (que se cree Francisco de Goya) para recobrar el conocimiento de sí; la vuelta al pasado donde conoceremos su tragedia, en ambos casos la pérdida de sus familias respectivas; y, por último, la “resurrección” y reconstrucción personal de Max. La historia se sigue con interés, quizá en la parte central, al introducir consideraciones sobre psicología y comportamiento humano, interesantes y positivas en sí mismas, se relaje la tensión. Pero vuelve a retomar el tono al centrarse en los protagonistas y en la nobleza de las relaciones humanas que refleja.
O’Brian, escritor canadiense bien conocido por las historias del Padre Elías, destaca notablemente en la creación de los caracteres y en el propósito de sacar a la luz a esas personas que, anónimos luchadores, procuran el bien de los demás: esos que apenas tienen protagonismo en la sociedad contemporánea. La exaltación de la vida sencilla: familia, casa, cuidado de los demás; así como el sentido de pertenencia, el agradecimiento por lo recibido y, de forma natural, la presencia tranquila de lo trascendente, conforman un ambiente en que la felicidad es tangible.
Por último, apuntar dos notas de la novela. La primera, la virtud de hacer atractivo el bien, aunque en ningún caso lo presente como algo edulcorado o facilón: la vida es dura, hay que saber convivir con el dolor. En segundo lugar, el amor a la naturaleza, no solo al paisaje, sino a la tierra, de la que los seres humanos formamos parte. Se advierte un interés de O’Brian por remarcar el papel de la naturaleza como ámbito adecuado de humanidad.

Francisco Andrés