EL MISMO CAMINO DE TODOS LOS DIAS

El mismo camino de todos los días es la primera novela que escribió y publicó en 1975 la novelista rumana Gabriela Adamesteanu, aunque la obra que se nos presenta, en la traducción de Joaquín Garrigós, incluye muchos párrafos censurados en su día. La obra, escrita en primera persona, puede ser leída como la “educación sentimental” de Letitia Branea, una adolescente de una ciudad de provincia en la Rumanía de los años 60. Con reminisciencias flaubertianas, pues, pero también con ecos literarios autóctonos (narrativa rumana de corte psicológico de entreguerras), se nos presenta la ascensión de Letitia, estudiante aplicada y buena lectora, desde el pupitre de su instituto local hasta las aulas de la Facultad de filología de Bucarest, paralelamente con su despertar sentimental al lado de Mihai, el noviete del instituto, y sobre todo en su relación con Petru Arcan, profesor e investigador de cierto renombre. Es probablemente esta lectura “intimista” la que le valió a la novelista, en 1975, el Premio de la Unión de Escritores a una obra de debut y el de la Academia. Pero, cuarenta años después y en esta versión íntegra, lo que más puede interesar es la recreación de la atmósfera sofocante, deprimente, plumífera y llena de peligros que se respiraba en esos años de comunismo feroz. En esta segunda lectura, cobran protagonismo los parientes de Letitia: su padre, encarcelado por tener “antecedentes burgueses”; la madre, tempranamente envejecida por la tensa espera del marido y las enormes dificultades de la vida material (escasez de productos, frío, vivienda compartida y promiscua)y sobre todo el tío Ion, hermano de la madre, “el mejor profesor del Instituto y el que menos derechos tiene”. De él aprende Letitia el “sabor del miedo” a la “carpeta” con documentos relativos al pasado familiar y que acompañaba como la espada de Damocles a todos los rumanos, tanto en los años de formación como más tarde en el trabajo. Y aunque, después de su muerte, consiga publicar uno de los muchos trabajos que éste había acumulado con paciencia y tesón como única escapatoria al “mismo camino de todos los días”, no hay alegría en esta pequeña revancha. La exclusión de un colega de la Facultad, el “proceso de las monas” (veinte residentes universitarias acusadas de prostitución), así como su propia cobardía frente a los de Personal (célula política dentro de las instituciones), muestran que el daño infligido por el régimen acompañará mucho tiempo al pueblo rumano. En definitiva, una lectura especialmente recomendable para quienes, en Occidente, creian y siguen creyendo en el paraíso comunista.

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