- Editorial: ANAGRAMA
- Año de edición: 2018
- Materia: Ensayos
- ISBN: 978-84-339-6422-9
- Páginas: 184
- Encuadernación: Rústica
- Colección: Argumentos
- Idioma: Español
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Guardamos una intensa experiencia del flujo del tiempo de la que no podemos evadirnos e incluso organizamos la existencia etiquetando los acontecimientos como pasados o presentes, dejando para el futuro aquello que presentimos que ocurrirá. Pero, ¿tiene el tiempo una consistencia real más allá de nuestra experiencia introspectiva? ¿Qué relación guarda el tiempo con la memoria? ¿Por qué recordamos el presente, pero no el futuro? ¿Qué puede aportar la ciencia moderna sobre la realidad del tiempo? Estas son algunas de las cuestiones que el autor se plantea partiendo de sus investigaciones científicas sobre física teórica, despejando una gran cantidad de paradojas sobre el concepto de tiempo que culturalmente hemos construido.
Carlo Rovelli (Italia, 1956) es un físico teórico, además de escritor y divulgador científico, afincado actualmente en Francia (Centro de Física Teórica de la Universidad Aix-Marsella), que ha trabajado en Italia y en Estados Unidos. También es profesor adjunto en el Departamento de Historia y Filosofía de la Ciencia de la Universidad de Pittsburgh, porque Rovelli, además de científico, es un gran humanista: de hecho, es miembro de la Academia Internacional de Filosofía de la Ciencia.
En la extensa obra de Rovelli se hallan multitud de artículos científicos, especialmente dos sobre la gravedad cuántica de bucles, teoría que introdujo en 1988 junto con Lee Smolin y Abhay Ashtekar, y que intenta hacer compatible la teoría de la Relatividad General con la teoría Cuántica de la materia. Además, publicó en 2009 "Anaximandro de Mileto, el nacimiento del pensamiento científico"; en 2015, "La realidad no es lo que parece" y en 2016, su best seller "Siete breves lecciones de física Colabora frecuentemente con la prensa italiana, especialmente en Il Sole 24 Ore y La Repubblica.
Rovelli resuelve y se sorprende por ello, aunque es producto directo de su investigación científica que las ecuaciones matemáticas que describen la física del universo no dependen de esa variable que llamamos tiempo. Sin embargo, nosotros sí tenemos experiencia de que los fenómenos se dan o se propagan como eventos en ese tiempo que la realidad material microscópica niega reconocer: ¿cuál es el porqué de esta contradicción?
El autor comprueba que en los fenómenos cuánticos de muy pequeña escala manda la incertidumbre en la que ni el espacio ni el tiempo están perfectamente delineados; en ellos no está claro qué es antes y qué después, qué es aquí o allí. Pero no hace falta acudir a la Cuántica, ya que la indefinición temporal también se experimenta en lo macroscópico: la teoría de Relatividad nos enseña que no hay un presente único, y que el antes y después no son universales, sino que dependen del lugar del espacio en que se experimentan (afectados por masas gravitatorias) y del estado de movimiento relativo con respecto de un observador. Por tanto, el tiempo no es esa línea hipotética de sucesión de eventos perfectamente ordenados que imaginaba Newton y, además, no es universal.
Sin embargo, experimentamos que efectivamente sí hay una flecha del tiempo macroscópica que se manifiesta en que todos los fenómenos de la naturaleza se producen de tal modo que pasan de un estado más ordenado a otro más caótico, algo que la Termodinámica estudia con el nombre de Entropía. A este tiempo es al que Rovelli denomina tiempo térmico, del que tenemos experiencia, y en el seno del cual la memoria guarda los acontecimientos vividos como eventos ordenados según un antes y un después. El tiempo sería, por tanto, una realidad desenfocada, una visión macroscópica de observación del acontecer del universo evolucionando hacia su desorden creciente, que desaparece cuando enfocamos la observación en lo microscópico: el tiempo térmico no es sino una manifestación macroscópica del fenómeno termodinámico de la entropía.
En este punto es donde al autor se le nota la influencia de Anaximandro de Mileto para quien, en resumidas cuentas, entendemos el mundo no tanto estudiando las cosas en sí mismas, sino el cambio que se opera en ellas cuando interaccionan unas con otras: las cosas no son, sino que más bien acontecen. Con ello, Rovelli apunta a una sucinta metafísica del acontecer más que del ser, lo que es propio de la ciencia empírica, ocupándose más de los fenómenos que de las esencias en sí mismas. Quizás por ello el autor afirma que, si por tiempo entendemos únicamente el acontecer, entonces todo es tiempo y solo existiría lo que es en el tiempo.
La formación filosófica de Carlo Rovelli es amplia, por eso cita no solo a Anaximadro sino también a Russell, Heidegger, Ockham, Proust, Rilke, etc., e incluso incorpora elementos de la mitología hindú. A priori, parece que Rovelli ataca la causalidad, pero no es así porque da a entender que, aunque científicamente se demuestra que la realidad microscópica difumina causas y efectos, a nivel macroscópico se evidencia la causalidad según un antes y un después. Además, considera la memoria como fuente de la percepción del tiempo como tiempo. Para nosotros, ese tiempo es importante porque es fuente tanto de nuestra propia identidad como del dolor que produce ver cómo fluye y escapa.
En suma, El orden del tiempo es un ensayo que invita a una reflexión profunda en el que el autor distingue perfectamente entre lo que es científico y está demostrado de lo que es hipotético y podría resolver algunas paradojas sobre la realidad basándose en la gravedad cuántica, finalizando su obra con una especulación sobre las fuentes del tiempo y cómo este es experimentado como un flujo del acontecer.
El texto es de fácil lectura, pero exige pausas para la reflexión profunda. Tiene dos capítulos que son más complejos por el tipo de descripción científica que en ellos se hace, pero que, como el mismo autor indica, no son fundamentales para la comprensión global ya que en un capítulo posterior hace una recapitulación general sobre ellos, lo que aporta continuidad argumental al texto. Disfrutarán de esta obra aquellos lectores con formación científica o también filosófica. Al lector de ensayo sin esta formación específica, el texto le vendrá algo grande, pero puede entregarse a su lectura sin inconvenientes si se trata de alguien que habitualmente se formula preguntas inteligentes.
Alfredo Abad
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