EL SOÑADOR DE LA ORILLA DEL TIGRIS

A los 50 años, Farzand, un kurdo que vive exiliado en París, decide regresar a su aldea natal tras veinticinco años de ausencia. El viaje provoca en el narrador un ejercicio de nostalgia biográfica, pues cuenta en primera persona tanto las vicisitudes de ese viaje a su patria como los hechos más importantes de su vida. Por otro lado, el autor escapa en sucesos intermitentes del relato realista introduciendo escenas, elementos, secuencias en las que lo fantástico –plenamente integrado en el desarrollo de la trama- convive con lo verosímil.
El resultado es un original libro memorialístico que traslada a los lectores al exotismo de los países orientales y, a la vez, una radiografía de la crítica situación que se vive en el Kurdistán sirio, un conflicto militar que ha provocado ya más de 40.000 muertos entre los kurdos y que ha arrasado 4.000 pueblos kurdos. Aunque no es el objetivo principal del libro, también hay un ingrediente de denuncia de una guerra y un pueblo, los kurdos, olvidados a su suerte, víctimas tanto de la guerra civil siria como de las políticas nacionalistas de los turcos.
Farzand revive su infancia en la pequeña y ficticia aldea de Amoudé, “parecida a la de todos los niños de Mesopotamia, de Oriente Medio y seguramente del mundo entero”. Pero como pasa en sitios conflictivos y pobres, la infancia fue muy corta y pronto tiene que asumir obligaciones propias de los adultos, y más todavía cuando su padre fallece siendo todavía un niño. Luego vienen los años de servicio militar, su trabajo como cocinero en la ciudad de Qamishli, los progresivos y graves problemas políticos y militares y su deseo de abandonar el país ante la creciente radicalidad y conflictividad que se vive en la zona. Consigue exiliarse en Francia y en la capital francesa se reagrupa con su prometida, Bertine, con la que se casa nada más llegar. Tienen un hijo, Dara, y participan en las actividades del exilio turco, con el que mantienen fluidas relaciones. Pero su vida en Francia está plagada de episodios tristes que hacen mella y acrecientan su espíritu apolítico y agnóstico.
A la vez, se relata su accidentado regreso a su tierra, con escalas en Estambul y, la más larga, en la ciudad de Diyarbakir, en el sudeste de Turquía y capital informal de Kurdistán del Norte. El regreso después de tantos años le lleva a conocer las durísimas consecuencias de una guerra continuada y “absurda”. A pesar de los obstáculos, continua con un viaje que no quiere aplazar más y que tiene para él mucho de simbolismo y de reencuentro con sus raíces, como revive en la ciudad de Diyarbakir, paseando por las orillas del río de su infancia, el Tigris, río que “avanza como un sonámbulo, pero vierte todo lo que pasa en sus orillas sobre los oídos de atentos historiadores, saciando así su sed de la verdad”.
El viaje, con sus encuentros simbólicos y entrañables con el niño Marzan y su madre Besna, con un gorrión parlante, con las historias de algunos personajes, los encuentros casuales con otros personajes secundarios, la poesía de algunos pasajes, el mundo de los recuerdos, el halo de tragedia que desprende la vida de Farzand… convierten la novela, sencilla y exótica, en “una oda a la vida” en la que el autor, en una nota inicial, destaca que no “es una autobiografía, aunque parezca justo lo contrario”.

Adolfo Torrecilla