EL TATUADOR DE AUSCHWITZ

Heather Morris, nacida en Nueva Zelanda y residente actualmente en Melburne, se dedicó durante unos años a la preparación de guiones cinematográficos. En 2003 le presentaron a Lale Sokolov, un hombre de origen eslovaco que parecía tener una historia interesante que contar para uno de esos guiones. Con este fin se iniciaron largas conversaciones con el hombre que Morris utilizaría más tarde no para un guion, sino para escribir lo que ha sido su primera novela.
Lale Sokolov adoptaría este nombre más tarde, cuando, ya de vuelta a su país y con el ejército ruso en las calles, vio más conveniente mimetizarse con la realidad que imperaba en ese momento. Pero en abril de 1942 era un joven judío de veinticinco años llamado Ludwig (Lale) Eisenberg nacido en Krompachy, Eslovaquia. A petición de Hitler que pedía al país su colaboración enviando a un hijo varón de cada familia judía para trabajar en sus campos, Lale se dirige a Praga bien vestido, para dar buena impresión, con una pequeña maleta con ropa limpia y unos cuantos libros que le sirvieran de asueto en los momentos de descanso. Pronto se dará cuenta que todo ha sido un engaño diabólico. Ya en Auschwitz es requerido para que trabaje como tatuador, Tätowierer, para poner un número de registro en el brazo de cada uno de los prisioneros del campo. Concentrado en su triste oficio sin mirar a la cara de ninguna de las personas que le extienden el brazo, no puede evitar alzar la vista cuando delante de él aparece el delicado brazo de una joven. El encuentro con los ojos oscuros que tiene delante le produce un impacto interior que será desde entonces la razón para sobrevivir al infierno que le rodea. La sagacidad y la astucia de Lale, junto a cierto privilegio que le da el oficio, conseguirá no sólo tener encuentros con la joven, sino raciones extras de comida para ella y para quienes lo necesiten. El objetivo es sobrevivir y amar.
Heather Morris consigue humanizar con una historia de amor uno de los mayores infiernos sobre la tierra a lo largo de los siglos. El lenguaje y la narrativa es sencilla, fácil de leer, casi un guion novelado, pero logra trasmitir emoción y empatía con los personajes, más aún si cabe por el hecho de estar basada en una conmovedora realidad.

Encarnita Herraiz