EL ÚLTIMO MAGNATE

Recrea en esta novela Francis Scott Fitzgerald (1896-1940) el ambiente de los estudios cinematográficos de Hollywood en la década de 1930. El protagonista, Monroe Stahr, es un productor ejecutivo rico y poderoso, a cuyo servicio trabajan escritores famosos y otros menos conocidos que preparan guiones para posibles películas. El perfil de Stahr se inspira en un personaje real llamado Irving Thalberg, figura importante del mundo del cine en la época en que el autor trabajaba como guionista para la Metro Goldwyn Mayer.
La acción se centra en las actividades profesionales y los problemas amorosos de este magnate, viudo reciente de una famosa actriz. La hija de otro productor, estudiante universitaria enamorada de Stahr, quince años mayor que ella, actúa como narradora en una parte de la trama, la de carácter más personal. En cuanto se refiere a su vida en los estudios y a las dificultades que en ellos se le plantean -económicas, artísticas, sindicales- los episodios descritos aparecen puestos en boca de un narrador omnisciente, cuyo tono es más realista y objetivo. Este doble enfoque ofrece al lector una visión amplia del mundo interior y exterior de Hollywood, tal como el autor lo conoció desde que en el año 1937 fue contratado por la Metro, hasta su muerte, ocurrida tres años después. La novela, pese a quedar incompleta, se considera como una obra de madurez con respecto a su anterior producción literaria. Los personajes, elaborados con mayor cuidado, ya no encarnan tipos representativos de la dorada juventud, sino a personas maduras que no viven de sueños futuros sino de realidades presentes, que exigen de ellos decisiones responsables. Monroe Stahr, cuya figura sugiere lo que hubiera podido llegar a ser Jay Gatsby en otras circunstancias, aparece dotado de notable calidad humana, tanto en su faceta de promotor del cine y creador de arte como en su capacidad de sufrimiento. El esplendor de Hollywood y sus vicios quedan retratados con un realismo y habilidad narrativa que han permanecido vigentes hasta la actualidad. El prólogo, original de Edmund Wilson, el epílogo y las notas contribuyen eficazmente a suplir las carencias de un texto inacabado.

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