FUEGO EN LAS ENTRAÑAS

Tercera y última parte de las aventuras de Edmund Talbot, que viaja de Inglaterra a Australia en barco de vela, a principios del siglo XIX, para obtener allí un empleo en la administración pública.
Talbot, un típico inglés previctoriano, hijo de una familia modesta pero que cuenta con la protección de un acaudalado padrino, narra con mucha minuciosidad los numerosos incidentes que presencia durante su inacabable recorrido océanico. Dado lo reducido del espacio en que transcurre la acción y lo repetitivo de las situaciones, sólo la habilidad técnica y estilística del autor han hecho posible que la obra mantenga la suficiente fuerza y coherencia para resultar interesante. A lo largo de la monótona sucesión de calmas y tempestades, de averías y reparaciones, va dando vida al proceso de maduración interior del protagonista, que descubre el mundo y la variedad de sus habitantes y aprende a enriquecer su alma con sentimientos de amor y amistad. El doble siggnificado de su viaje, en el terreno de la geografía física y en el plano espiritual, está expresado por Golding con gran ingenio, humor y penetración psicológica, siendo en esta novela final donde la trilogía alcanza sus mayores aciertos de fondo y forma. El autor de esta obra ha realizado un estudio en profundidad de todas las características del arte románico para demostrar que, en dos siglos, trastornó multitud de cánones estéticos sólidamente establecidos. La edición se enriquece con gran número de ilustraciones, a toda página y a todo color, de excelente calidad, y una amplia bibliografía agrupada por temas.
Durliat, especialista del arte medieval y autor de numerosas publicaciones, da una visión totalmente renovada del arte románico, con la que quiere desterrar del lenguaje su supuesto "primitivismo". Para ello analiza el nacimiento de una nueva sociedad, las nuevas relaciones sociales, la Europa feudal, los valores simbólicos, la renovación de la cristiandad, la vida monástica, los nuevos sistemas arquitectónicos, la pintura mural, haciendo un amplio recorrido por este primer gran arte homogéneo de Occidente, cuya duración delimita rigurosamente a los siglos XI y XII. En la segunda parte de la obra ofrece una geografía de la arquitectura románica, en la que estudia las plantas de numerosas iglesias.
El autor presenta a la Iglesia como una sociedad puramente temporal, que utilizó el arte románico para su propaganda; asimismo habla del "Dios de Jesucristo..., él mismo proclamado Dios y Hombre". Sin embargo, cuando se refiere a la Santísima Virgen, a la Eucaristía y a los santos sus reflexiones son totalmente correctas. El autor evita profundizar en complejidades de pensamiento, abordando en cambio la rica gama de matices de la conducta humana, entre el puro arrebato sentimental y el pragmatismo extremo. Los personajes muestran una muy británica corrección en sus modales.

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