LA FUGA DE DIOS

Dos siglos después, la Ilustración mantiene intacta una reputación envidiable. El advenimiento de la razón como guía del progreso humano permitió alcanzar logros científicos y técnicos a una velocidad nunca vista. Pero este éxito no estuvo exento de sombras. En el ideario colectivo parece haber arraigado la idea de que la ciencia solo merece tal nombre desde que la famosa manzana aterrizó sobre la privilegiada cabeza de Newton. La fuga de dios denuncia lo empobrecedor de una búsqueda del progreso basada exclusivamente en el método científico, erróneamente aplaudido como todoterreno y universal.
La tesis es tan inusual, al menos en los ensayos divulgativos, como el itinerario formativo de su autor. Juan Arnau es astrofísico y doctor en filosofía sánscrita. Sabe de lo que habla. Su dualidad formativa se hace presente a lo largo del ensayo, que alterna distintos niveles de dificultad. De un lado, la reivindicación es clara: la ciencia no es necesariamente única, beneficiosa y democrática, siendo necesario completar su narración de la realidad con los saberes humanísticos y las tradiciones religiosas. De otro, el discurso resulta, en ocasiones, inaccesible para los profanos en la filosofía de la ciencia, seguramente desconocedores de la mayor parte de autores citados y escasamente habituados al lenguaje científico. En cualquier caso, el resultado de esta combinación es una lectura intelectualmente exigente que cumplirá sobradamente las expectativas tanto de quienes se interesen por la dialéctica entre ciencia y religiones, como de aquellos que vean con recelo el dogmatismo científico de nuestros días. Eso sí, el dios de Arnau se escribe así, en minúscula, pues, sin mencionarlo expresamente, el autor equipara la fe católica con otras creencias, principalmente orientales.

TROA