LA HIJA DE STALIN

La historiadora y poetisa canadiense Rosemary Sullivan (Montreal, 1947) ha llevado a cabo en La hija de Stalin un extenso y detallado estudio de investigación que presenta la figura de Svetlana (1926-2011) en su doble faceta de hija única del dictador y de una personalidad inquieta dispuesta a encontrar su propio destino al margen de las circunstancias que rodearon su existencia.
La obra comienza cuando Svetlana solicita asilo en la Embajada de los Estados Unidas en la República de la India, en Nueva Delhi. El 6 de marzo de 1967, ante el asombro de los diplomáticos americanos, una ciudadana de la Unión Soviética que dice ser hija de Iosif Stalin, se encomendaba al amparo del gobierno norteamericano en calidad de refugiada política al tiempo que solicitaba su traslado inmediato a los Estados Unidos. A partir de ese momento Rosemary Sullivan retrocede hacia los orígenes de una historia que comienza en 1926, año del nacimiento de Svetlana en la Unión Soviética ya sometida a la férrea dictadura de su padre, que había iniciado las depuraciones masivas tanto de supuestos enemigos como de sus más directos colaboradores. La autora reconstruye los pequeños y grandes acontecimientos de la vida familiar de la pequeña Svetlana, rodeada de familiares, abuelos y tías, además del ama de llaves y la niñera encargadas de su custodia. Fueron años felices de una niña a la que se ocultaban las graves desavenencias que alteraban la vida conyugal de sus padres y que provocaron el suicidio de su madre mantenido en secreto por motivos políticos. Pasada la infancia, el carácter rebelde y despierto de Svetlana le llevaba a realizar preguntas indiscretas a su padre sobre el paradero de personas de su entorno, familiares o amigos, que desaparecían de la noche a la mañana sin dejar rastro. Llegada la juventud, las diferencias aumentaron, cada vez que su padre rechazaba o proponía pretendientes sin respetar los sentimientos de su hija. Amoríos esporádicos, matrimonios desafortunados y divorcios se suceden dentro del ambiente viciado presidido por la omnipresente figura de su padre, dueño absoluto de las vidas ajenas que, con una sola mirada infundía el terror entre sus más íntimos colaboradores. Fallecido Stalin la denuncia de los crímenes cometidos bajo sus órdenes en el famoso discurso de Jruschev en 1965, supuso para Svetlana un rudo golpe emocional que alteró su visión de una infancia feliz, al mantenerla al margen de los trágicos acontecimientos protagonizados por su padre y desembocó años más tarde en la búsqueda de una nueva existencia que le permitiera olvidar el tenebroso pasado familiar. Tras su deserción de la URSS fue acogida con expectación en los Estados Unidos, en plena “Guerra Fría”. En su nuevo país, Svetlana se convierte en el objetivo preferido de los medios de comunicación, contrae matrimonio con el famoso arquitecto W.W. Peters, con el que tuvo una hija, y sus memorias, recogidas en la obra Mi padre y yo, veinte cartas a un amigo se sitúan entre las lecturas preferidas del público americano. En 1984, la nostalgia le impulsa a regresar a Rusia para reunirse con sus hijos mayores, familiares y amigos hecho que los soviéticos aprovechan para afirmar que la fugitiva desengañada del perverso capitalismo, había elegido volver de nuevo a la patria soviética. Sin embargo, dos años más tarde regresa a los Estados Unidos donde permanecerá hasta su muerte en una residencia de la tercera edad el año 2011. La autora reconstruye su intensa y aventurera vida con prosa sencilla y directa en la que intercala numerosos documentos, cartas y testimonios personales, incluidos escritos del propio Stalin a su hija. Datos que, en su conjunto, ayudan a comprender algunas de las reacciones y actitudes de una mujer cuya existencia quedó, a su pesar y para siempre, vinculada a uno de los hombres más sanguinarios y crueles de la historia de la humanidad.

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