LA HIJA DEL RELOJERO

Regresa Kate Morton con La hija del relojero, una ambiciosa novela que se desarrolla en Londres a través de diversos planos temporales: el año 2017 y varios momentos del siglo XIX. La protagonista de la época actual es Elodie, archivista e hija de un violonchelista ya fallecido, que está a punto de casarse.
Un día Elodie encuentra una bolsa de cuero con el cuaderno de bocetos de un pintor victoriano, Edward Radcliffe. Uno de ellos le evoca un cuento que su madre le contaba de pequeña acerca de una casa; también halla la fotografía de una bella joven con un colgante en el cuello. Con estos objetos se traslada a una misteriosa mansión a orillas del Támesis, llamada Birchwood Manor, para investigar sobre sus hallazgos y también acerca de algún secreto relacionado con su madre y con la joven del colgante.
Se inicia así un relato con cierto toque dickensiano que cuenta la historia en primera persona de una niña algo fantasmal que a mediados del siglo XIX fue dejada por su padre en una peculiar casa londinense donde le enseñaron a robar hasta que se hizo experta; más tarde conoce a Edward Radcliffe y se convirtió en su musa.
Morton prosigue con una serie de complejas subtramas y la intervención de personajes que habitaron Birchwood Manor -casa llena de recuerdos y escondrijos y punto neurálgico de la novela- entre las que están una niña anglo-india, un historiador, hermano del pintor y otros secundarios, recurso que en algún momento parece distraer del argumento central. Sin embargo, la autora diseña varias líneas temáticas que unen estas trayectorias a través del tiempo: el amor romántico o familiar, la pasión por el arte, las leyendas, la nostalgia y, como siempre, la intriga del pasado que se intenta descifrar desde el presente.
Morton despliega un mosaico de enigmas protagonizados casi siempre por mujeres fuertes y de gran personalidad en un recorrido por diferentes atmósferas, bien elegidas y descritas detalladamente. La hija del relojero es una novela distinta a las anteriores por su estructura algo más enrevesada y cuyos puntos fuertes son el arranque y el final. Como siempre, está narrada con la habilidad y elegante prosa habituales de Morton.

Reyes Cáceres