LA JOVEN QUE NO PODÍA LEER

Se inicia la acción de esta novela de intriga titulada La joven que no podía leer de John Harding, cuando, a finales del siglo XIX, un joven médico psiquiatra, comienza a trabajar como ayudante del director de un manicomio femenino, situado en una isla cercana a la costa de Nueva Inglaterra. Impresionado por el rigor con que su jefe trata a las dementes, le propone aplicar a una paciente amnésica de dieciséis años, métodos más suaves. Como, por razones desconocidas, la enferma se niega a aprender a leer incluye en la terapia leerle en voz alta fragmentos de clásicos disponibles en la biblioteca del centro, que la joven memoriza con toda facilidad. La obra narra el giro extraordinario de los acontecimientos tras este planteamiento donde casi todo parece razonable. Aunque puede leerse de forma independiente, este relato es la continuación de otra novela anterior que el autor inglés John Harding (1951) publicó en 2010 con el título Florence & Gilles.
Se trata de un relato de intriga criminal, doblemente sombrío, por su mismo desarrollo argumental y por el lugar donde está ambientado. La personalidad del joven e inexperto doctor resulta progresivamente sospechosa pero sin que el lector logre prever cuál va a ser su conducta ni a qué extremos puede llegar la joven a la que trata, quien se niega en principio a decir su nombre y con el paso del tiempo sugiere que puede llamarse Florence. El autor que parece haber tomado como modelos a los clásicos Charlotte Brönte y Henry James, consigue mantener la tensión de misterio hasta el desenlace gracias a unos recursos de tipo tradicional manejados con notable firmeza y habilidad. La acción se desarrolla de forma apremiante pero no precipitada, en concordancia con la época en que está localizada cronológicamente y los protagonistas resultan convincentes en su caracterización de personas marginales o cercanas a estas. El estilo y la elaboración de los elementos técnicos permiten, por su nivel de calidad literaria, compensar hasta cierto punto lo tenebroso de la trama y suavizar su impacto sobre la sensibilidad del lector.

TROA