LA PARTE DEL MUERTO

El comisario Llob es un tipo duro, curtido en el oficio, honrado, que va más allá del estricto deber e intenta prevenir crímenes y capturar al delincuente. También es escritor, muy crítico con las circunstancias que atraviesa su país. Está casado y vive un matrimonio feliz. En esta novela se va a enfrentar a un asesino en serie, y en la investigación tropezará con un complot que hunde sus raíces en la corrupción del régimen argelino.
El peso de la novela está en la soflama política, a veces en largos discursos sobre la situación de Argelia, a propósito de los casos que le competen. El lenguaje es grueso -sin llegar a obsceno-, duro, conciso, afilado y coloquial, propio de la novela negra, pero no sangrienta, y con términos de jerga. Llob no se anda con rodeos y dice las verdades del modo más intempestivo y sin maquillaje que puede, tanto a sus jefes como a subordinados y delincuentes. No se ceba el autor en las descripciones de horrores, pero si es hábil en mostrar tramas de corrupción complejas, enredos con mujeres ricas, ambientes de mafiosos. A la par, y casi con el mismo peso que la narración policial, describe la situación de Argelia y opina profusamente sobre ella, sin concesiones al optimismo ni al consuelo fácil. La novela se lee con interés, y la intriga y la compleja trama de corrupción mantienen la atención hasta la última página.

© Reseñas bibliográficas Fundación Troa