LA RUBIA DE OJOS NEGROS

Con esta novela el escritor irlandés Jhon Banville (1945) rinde homenaje a Raymond Chandler, un clásico americano de la serie negra policíaca, al resucitar a su más famoso personaje, el detective privado Philip Marlowe, de Los Ángeles. Una mujer joven, tan atractiva como adinerada, aparece un día en la modesta oficina de Marlowe para pedirle que averigüe si un antiguo amante, al que cree muerto, es posible que se encuentre aún con vida.
Bajo el pseudónimo Benjamin Black, el autor narra una intriga que sigue con notable fidelidad los esquemas temáticos y de ambientación utilizados por Chandler y perfila al protagonista con similares rasgos de hombre solitario, soltero y poco interesado en el dinero, con que este le dio vida en un relato breve fechado en 1934. Al introducirse en el lujoso entorno frecuentado por su clienta, el detective contempla con pesimismo un mundo de corrupción y vicio que le repugna. A pesar de eso continúa su investigación con absoluta seriedad profesional, exponiéndose sin miedo a la violencia de unos delincuentes dedicados al narcotráfico a ambos lados de la frontera con México. La acción transcurre a ritmo ágil, tejiendo una trama cada vez más enmarañada, en la que Marlowe queda prendido del singular atractivo de la mujer que le ha contratado. El tratamiento narrativo, típico del género negro, abunda en escenas violentas pero el autor se atiene a la misma discreción que caracterizó a Chandler, en lo que a lenguaje y descripciones se refiere. Marlowe, bajo su apariencia de duro y bebedor, mantiene ciertos principios morales que le granjean la amistad y la ayuda de algunos policías conocedores de sus trucos pero también de su honradez de fondo. La suma de la creación de Chandler y de la indiscutible calidad literaria de Banville dan como resultado una novela muy bien escrita aunque no tan bien traducida, que se lee con interés y mantiene la tensión argumental hasta el desenlace. Pese a tratar de hechos y conductas fuera de la ley y de la moral, el bien y el mal no se confunden ni este último se aprueba.

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