LO QUE ME QUEDA POR VIVIR

Combina esta novela en su planteamiento narrativo elementos psicológicos y costumbristas centrados en torno a una mujer de veintisiete años que vive en Madrid en la década de 1980 y trabaja en una cadena privada de televisión. Madre de un niño pequeño y con un matrimonio en situación precaria, se enfrenta al futuro entre dudas y vacilaciones sobre la orientación afectiva y existencial que piensa imprimir al resto de vida que le quede.
Nacida en 1962, la autora hace de su protagonista un prototipo femenino de su propia generación de jóvenes independientes y capaces de satisfacer sus propias necesidades económicas y profesionales, aunque sujetas a fuertes tensiones emocionales. El eje argumental es el desarrollo de su proceso de maduración interna, pero la acción no está técnicamente bien estructurada: las secuencias no quedan bien trabadas, el perfil de la protagonista no está claramente definido y la trama se resuelve en una dispersa sucesión de incógnitas, que quedan sin despejar, acerca de qué piensa hacer la protagonista con su porvenir, sobre todo en el ámbito familiar. Más logrado resulta el aspecto costumbrista, reflejo de unos años en los que el progresismo ideológico y moral aún no había llegado al momento del desencanto y permitía abundantes concesiones y experimentos. Sin embargo, la obra alude a ellos de modo muy oblicuo, incluso cuando se refiere a lo que parece un intento de suicidio, si bien tal palabra no llega a utilizarse. La imprecisión es el rasgo más destacado de esta obra, correcta en su estilo pero poco elaborada en su contenido.

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