MISTERIOS

Un personaje extraño llega a un pueblo noruego, sin que se sepa de dónde viene ni qué piensa hacer allí. Poco a poco va entablando amistad con los habitantes del lugar, se enamora de una joven ya comprometida y, finalmente, se suicida.
La obra (1892), segunda de las publicadas por el autor, premio Nobel de 1920, quizá debido a su juventud -había nacido en 1859- brinda al lector más promesas que logros narrativos. La figura del misterioso viajero está apenas definida y el conjunto de su trayectoria es poco convincente. No hay un estudio psicológico profundo de lo que parece ser un caso de desarraigo afectivo, sino una serie de situaciones trabadas con dificultad y desarrolladas a base de unos diálogos poco fluidos y sumamente verbosos. Su lenguaje, intencionalidad y técnica han quedado anticuados, además de responder a una mentalidad nórdica difícil de captar desde otras áreas culturales. La acción se sitúa en un marco social en el que predominan los convencionalismos, pero sin que este barniz oculte por completo un fuerte primitivismo y rudeza en los personajes. La moral protestante, ya que no la fe, se mantiene en apariencia, pero son la violencia, la crueldad, el egoísmo y una gran frialdad quienes marcan todas las relaciones humanas. El suicidio del protagonista, cuyos móviles no se comprenden bien, parece responder también a este clima materialista y pagano.

TROA