NO VOY A PEDIRLE A NADIE QUE ME CREA

Se recrea en esta novela la vida de un joven marajá indio cuya existencia viene marcada por sus triunfos en el deporte del criquet, que aprendió durante su período de formación en Inglaterra. La cultura sajona dejó una profunda huella en relación a sus gustos e inclinaciones, pero su intimidad y sensibilidad siguen siendo netamente orientales.
La novela está construida sobre una triple perspectiva: la reconstrucción ficticia de un personaje real, el príncipe Ranji, que vivió en las últimas décadas del pasado siglo; el narrador, que sintoniza con la personalidad de este marajá anglófilo sin perder sus raíces; y finalmente, sirviendo de bisagra entre el biografiado y su biógrafo, aparece la figura de un indio de hoy, personaje de un atipismo irrelevante. La novela parece ambiciosa en los cimientos de su construcción, pero adolece de un entramado rígido que acartona el engranaje de las situaciones, en detrimento de su fluidez. Además, el cambio de registros narrativos, motivado por su triple focalidad, obliga al lector a un continuo ejercicio de ajuste que llega a fatigar. También produce esa misma impresión la recurrencia del tema del criquet, con pormenores que sólo captarán los expertos en él.
El protagonista es un ser melifluo y ambiguo en su afectividad, filántropo pero sumamente egocéntrico, refinado en sus gustos e internamente desdichado por su misma vaciedad. Flota en todo el relato un vago deísmo sin perfiles, pero transido de sensualismo oriental.

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