QUIRKE EN SAN SEBASTIÁN

En los primeros párrafos de la novela ya se descubre que estamos ante un relato con calidad literaria, como le corresponde a su autor y que las situaciones que se describen, aunque sean de lo más vulgar, tienen una gran fuerza. Es lo propio de Benjamin Black (John Banville, Wexford, Irlanda. 1945) del que la escritura fluye tranquilamente y las comparaciones y metáforas son frecuentes, acertadas y con frecuencia producen una sonrisa y admiración.
La novela se desarrolla en tres escenarios: Dublín, Londres y sobre todo San Sebastián.
Y en cada uno de ellos se van presentando unos personajes que acabarán encontrándose en San Sebastián, donde Quirke, arrastrado por su adorable mujer está pasando unas vacaciones a principio de primavera. Los escenarios son importantes y descritos con precisión y sobriedad, la trama es absolutamente original, pero sobre todo son los personajes los que cautivan, porque el lector enseguida es consciente de que está delante de unas personas de carne y hueso.
Evelyn, la deliciosa mujer de Quirke, psiquiatra y judía de origen, descendiente en primera línea de víctimas del holocausto, aunque rehúye hablar de esos momentos y de su familia, es una mujer delicada, paciente, comprensiva, humilde, que sabe escuchar y hablar en el momento oportuno y aconsejar delicadamente y que es capaz de adivinar lo que está pensando su marido. Su empatía con todas las personas es profunda.
Quirke que es el patólogo del Estado, es un buen médico, pero alcohólico, aunque ha mejorado desde que se casó. Está muy enamorado de su mujer a la que entiende, aprecia, escucha y sabe ver en ella ese complemento que él necesita y que es insustituible. Es un hombre intuitivo, resolutivo, que capta las situaciones y a las personas, aunque vive en una especie de nebulosa, en parte debido a su infancia en establecimientos públicos de acogida y en parte por su indolencia, aunque cuando se empeña en algo sabe llegar al fin. No deja de tener una extraña fijación por el sexo.
Phoebe, la hija recuperada de Quirke, estudiante de medicina, está todavía muy perdida, pero quiere hacerse a sí misma y no dejar que pisoteen su autoestima. En parte irreflexiva dejándose llevar por el primer impulso y en parte prudente, aunque siempre duda de lo que hace. El último personaje que está en primera línea es Terry Tice, también con un pasado de orfanatos, matón y asesino a sueldo, sin ninguna moral ni ningún escrúpulo, que se vende al primer postor. Se ha acostumbrado a una vida en la que no hay remordimientos, toda su conciencia está cauterizada.
April Latimer, amiga de Phoebe, aunque no ocupa el centro del relato es la que mueve toda la acción. Quirke, que solo la ha visto una vez con su hija, la descubre en San Sebastián, con otro nombre, cuando todo el mundo piensa que fue asesinada, aunque nunca se encontró su cadáver. Tuvo una infancia tremenda, de la que arranca una moral dudosa, y junto con ella su tío, ministro del gobierno irlandés, que va a ser definitivo para embrollar la acción. Phoebe, avisada por su padre ante el insólito hecho se junta con ellos y también aparece Terry Tice. Ya tenemos todo el escenario.
No se pueden dar más datos porque se desvelaría una novela con una trama muy singular, capaz de mantener constantemente atento al lector por su buena factura y que en los momentos finales inesperados, cuando todos los personajes se encuentran en San Sebastián alcanza gran fuerza y tensión, aunque perfectamente dosificada. No faltan críticas a los religiosos que dirigen los orfanatos, ni pinceladas de sexo.
En conjunto, una novela en la línea del autor: buena literatura, buenas descripciones de los escenarios sin recrearse demasiado en ellos, trama original y un ritmo narrativo excelente.

TROA