SOBRE LA LOSA

Vuelve el tipo de novela policiaca que caracteriza a Fred Vargas, en la que confluyen acontecimientos del pasado con otros del presente, pero en esta ocasión es solo muy circunstancial. La acción transcurre en Bretaña, patria de François-Renè de Chateaubriand, y donde reside un descendiente suyo, Josselin, que es un vivo retrato del Vizconde y que en el pueblo de Louviec donde vive, el alcalde le sustenta para que sea un auténtico reclamo para el turismo. El pueblo está cerca de Combourg donde está el castillo donde vivió el genio de la literatura francesa.

El comisario Adamsberg muestra su original personalidad, presentándose en la comisaría con un erizo de campo que está maltrecho y que lo lleva a la veterinaria para que lo cure. Ha vuelto a París después de haber estado en la Bretaña, donde su amigo el inspector Matthieu le acogió con mucho cariño, recogiendo una distinción por haber resuelto un caso complicado. A los pocos días lee que han apuñalado al guarda de caza de aquel lugar y que en sus últimos momentos había balbuceado unas palabras que involucrarían a Josselin Chateaubriand. Llama a Matthieu para obtener mayor información, y, a los pocos días se produce un nuevo asesinato en el que las pistas vuelven a identificar al asesino con Chateubriand. Adamsberg piensa que no es él, por la gran cantidad de pruebas en su contra, pero el comisario de la zona quiere acusar y meter en la cárcel a Josselin. El ministro le llama para que vaya con su equipo y resuelva el caso porque no se puede permitir que un descendiente de un héroe nacional vaya a la cárcel.

Deja el caso que tiene pendiente en las manos de su segundo, Danglard, y se va con parte de su equipo a intentar resolver el asesinato múltiple, aunque el caso que han cerrado en París va a colear todavía en Bretaña y será ocasión para mostrar mejor la categoría de una policía de su equipo, Retancourt.

Una vez en Bretaña e instalados en la maravillosa posada de Johan comienzan las investigaciones que no dan casi ningún resultado y Adamsberg además corre un gran peligro, mientras que desde París les aprietan para que se resuelva la situación.

El Comisario entre sus sesiones con los pies descalzos en el río con el agua muy fría o tumbado al sol en la piedra superior de un menhir va avanzando en el caso con una imaginación desbocada que hace que hasta su amigo Matthieu desconfíe de él, a la vez las presiones del ministerio son cada vez más fuertes porque siguen los asesinatos y no hay adelantos. Pero Adamsberg sigue pensando, divagando, intentando atenazar las pompas de datos que se van formando en su cabeza hasta llegar a la solución del complicado caso, que se ha generado muchos años antes desde la infancia de los personajes de la novela.

Vargas aprovecha para hablar de costumbres y las supersticiones de la zona, como los pisadores de sombras, y el mundo tradicional de unas pequeñas poblaciones donde todos se conocen, sin pararse mucho en la descripción de paisajes pero construyendo una novela llena de intriga que resulta muy atractiva para el lector.

Bien escrita, con un lenguaje rico, penetrando en los caracteres de los personajes, pero quizá alejándose del tipo de las tramas anteriores que eran más rebuscadas y más difíciles de comprender; aquí todo es más sencillo y más en la línea de otras novelas policiacas.

TROA