TODA UNA VIDA

Nacido en fecha imprecisa, quizá al inicio de siglo XX, el personaje que Robert Seethaler (Viena, 1966) ha trazado como protagonista de su novela Toda una vida, es Andreas, hombre sencillo, inculto y un tanto primitivo, criado en un valle remoto de los Alpes austriacos.
Hijo de padre desconocido y huérfano de madre, fue criado por un pariente que nunca le mostró afecto. Al contrario, le trató de forma tan dura que de una paliza le fracturo el fémur y le causó una fuerte cojera. Ya adulto, desarrolló una gran fuerza muscular que le permitió, a pesar de su impedimento físico, trabajar en los más diversos oficios manuales. Su vida nunca fue fácil ni grata, salvo por la alegría que le produjo el amor de una joven, tan intenso como breve, debido a un alud que arrasó su vivienda. Sin embargo, Andreas levanta el ánimo y sigue adelante muy tranquilo, incluso cuando en 1942 el ejército alemán, que lo había rechazado antes, lo llama a filas y lo envía a servicios auxiliares al Cáucaso. Allí cae prisionero de los rusos largos años, sin perder su fortaleza ni su calma. En 1951 regresa a su pueblo para vivir la etapa final de su historia, durante más de dos décadas, siempre solo y silencioso, mientras a su alrededor la modernidad bulle en forma de televisión, teleféricos, telesillas, turistas y senderistas a quienes en ocasiones sirve de guía. La obra, finalista del premio Man Booker International 2016, narra una existencia honesta y esforzada cuyos horizontes intelectuales mínimos quedan compensados por la inmensidad del paisaje que le rodea. El duro ejercicio corporal que exigen los trabajos que desempeña y el influjo de una naturaleza todavía poco alterada por manos humanas mantienen vivo su espíritu y le ayudan a superar las adversidades y carencias materiales y afectivas. Incluso en sus años finales, cuando el ambiente cambia por completo, las cumbres alpinas que permanecen inmutables, son el punto de referencia para seguir con sus costumbres de siempre ante la extrañeza de sus vecinos. El autor muestra la grandeza de lo mínimo, la dignidad de toda una vida mantenida en el anonimato y sin más aspiraciones que una sobria supervivencia, con una técnica narrativa tan escueta como el protagonista y un estilo realista sin tonos amargos, que cobra especial viveza y color en las descripciones de paisajes. La indudable calidad técnica y formal de esta novela, capaz de expresar mucho en un formato relativamente breve, deja sin embargo cierta sensación de vacío por la ausencia de dimensión trascendente que se aprecia en ella. Como manifiesta una frase textual, Andreas pudo vivir de modo honesto y conmovedor aunque “nunca se había visto en el apuro de creer en Dios.”

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