UNA CHICA EN INVIERNO

Una chica en invierno narra dos momentos de la vida de una joven centroeuropea de nacionalidad no especificada. A los dieciséis años pasó tres semanas de verano con una familia inglesa con la que entró en contacto a través de un intercambio postal entre estudiantes ingleses y extranjeros para practicar idiomas. Años después, comenzada la IIª Guerra Mundial, la protagonista huye de su país y se refugia en Inglaterra, donde trabaja como bibliotecaria y vuelve a relacionarse por carta con quienes la acogieron en el pasado. El novelista, poeta, bibliotecario de la universidad de Hull y crítico de jazz Philip Larkin (1922-1985) publicó esta novela en 1947.
La acción refleja el sentimiento de extrañeza que experimenta la joven extranjera, tanto en los días veraniegos de su adolescencia como durante el frío invierno de la guerra en el presente. En ambas ocasiones cobra especial importancia su relación con el hijo de la familia inglesa, de quien se enamora en su primer encuentro y que, en cambio, luego le resulta indiferente, cuando acude a su casa agobiado por su inminente marcha al frente. El autor describe con ingeniosa e irónica agudeza la forma en que sus compatriotas ingleses tratan a los visitantes del continente, con tanta cortesía como distanciamiento. La protagonista, que disfrutó de sus vacaciones estivales, no llegó a considerarse plenamente integrada en su entorno. Por el contrario, cuando ya adulta es una refugiada con un trabajo y unos ingresos muy modestos, se siente francamente sola, sin amigos y menospreciada por un jefe oportunista que no reúne las condiciones para serlo. En esta situación el reencuentro con su antiguo amor no revive la ilusión juvenil. Sin embargo, tal vez para atenuar aunque sea por unas, horas, su aislamiento, accede a permitirle pasar una noche con ella, antes de incorporarse al puesto de combate. El realismo poético de la parte dedicada a las vacaciones de verano, contrasta con el realismo naturalista de la parte invernal pero ambos coinciden en la forma de cuidar los detalles costumbristas en la expresividad de la ambientación y en la elegante discreción del estilo.

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