VALIÓ LA PENA

El diplomático Jorge Dezcallar (Palma de Mallorca, 1945) ya retirado de la carrera, recoge en esta obra titulada Valió la pena, una síntesis de las experiencias vividas desde sus primeros destinos en Europa del Este, Iberoamérica y países africanos hasta que fue designado embajador en Marruecos entre 1997 y 2001. Nombrado director de la Seguridad Nacional (CESID) entre 2001 y 2004, representó sucesivamente a España en las embajadas ante el Vaticano (2004-2006) y Washington, cargo este último en el que fue cesado en 2012.
De entre los numerosos y variados episodios de los que fue testigo, el autor destaca los relacionados con la presencia de la diplomacia española en los medios internacionales, como la Conferencia de Paz sobre Oriente Medio celebrada en Madrid el año 1981 o la firma del acuerdo entre España y el Estado de Israel en 1986 que puso fin a un conflicto sin resolver desde el restablecimiento de la democracia. Resultan de especial interés los datos obtenidos por Dezcallar durante los años de embajador en Rabat, respecto a la necesidad de mejorar las complicadas relaciones con Marruecos que no han variado sustancialmente, en perjuicio de los dos países. En su papel como director del CESID, el autor se refiere a dos episodios dramáticos que conmocionaron a la opinión pública y alteraron la vida política española. Todavía impresiona el relato de la mortal emboscada que costó la vida a un grupo de miembros de ese organismo en Irak (2003) y del brutal atentado terrorista de la estación de Atocha en Madrid del 11 de marzo de 2004. El panorama cambia tras su nombramiento al frente de la embajada ante el Vaticano en unos momentos de crisis provocadas por los excesos laicistas contra la Santa Sede y la Iglesia Católica a cargo del presidente Rodríguez Zapatero. El fallecimiento del Papa Juan Pablo II y la elección de Benedicto XVI en la primavera de 2005, exigieron máxima prudencia al embajador que hubo de acomodar a las representaciones oficiales, desde SSMM los Reyes a los ministros y autoridades a las normas del estricto protocolo del Estado Vaticano. El estilo ameno, salpicado de anécdotas bien seleccionadas, facilita la lectura y restan gravedad, con cierto sentido del humor, a los desacuerdos y fricciones de los políticos frente a la actitud moderadora de los diplomáticos.

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