YUGOSLAVIA, MI TIERRA

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Es bueno que haya cada vez más libros que nos recuerden la historia reciente, esos acontecimientos de hace 20-25 años que han cambiado fronteras, derrumbado muros, enterrado ideologías y régimenes que pensábamos eternos, pero cuyas causas y sobre todo consecuencias no hemos asimilado todavía, a la vista de algunas opciones políticas que quieren resuscitarlos. Yugoslavia, mi tierra, del joven cineasta, poeta y escritor esloveno Goran Vojnovic (Liubliana, 1980) es uno de esos libros, imprescindible para entender el complicado mundo de los Balcanes y, más allá de ello, para tomarse muy en serio el juego con la caja de Pandora de los nacionalismos.
El protagonista del libro, Vladan Borojevic, crece despreocupado junto a un puñado de amigos en el bonito pueblo de Pula, en Istria, Croacia. Su padre, Nedeljko Borojevic, un apuesto coronel del ejército popular de Yugoslavia, serbio originario de Vojvodina, se ha casado con una joven estudiante de pedagogía, Dusa Podlogar, de Eslovenia. En Pula viven al lado de otros serbios, croatas, bosnios, eslovenos, incluso alocados turistas italianos sobre sus rápidas Vespas, con sus pequeñas riñas y grandes borracheras. Desgraciadamente, todo ese mundo idílico desaparece de la noche a la mañana: “Mi niñez terminó de golpe una mañana cualquiera a principios de verano de 1991”. En 29 capítulos que se alinean sobre dos ejes temporales (el “entonces” del niño Vladan de 11 años en 1991 y el “ahora” del joven Vladan, 16 años después), Vojnovic cuenta, a la vez, una historia personal y la epopeya de la destrucción de un estado que fue, para muchos como Vladan, su “tierra”. En aquel verano de 1991, Nedeljko Borojevic es llamado para unas “maniobras” (que se transformarán en unas luchas fratricidas de casi una década) y su familia (esposa e hijo), después de esperarlo en vano en un desangelado hotel de Belgrado y una corta estancia en casa de unos familiares en Novi Sad, se establece en Liubliana (Eslovenia), donde Dusa rehace poco a poco su vida, alejándose cada vez más de su hijo. Un día le anuncia, sin más comentarios, la muerte del padre. Vladan madura de prisa en una ciudad hostil, debiendo aprender con grandes sacrificios una lengua nueva (el esloveno) y, dejando prematuramente los estudios, se gana la vida arreglando máquinas de café e intentado sacar a flote una relación amorosa con la joven e inteligente Nadja, estudiante de microbiología. Todo da un vuelco cuando descubre, gracias a Internet, que su padre no está muerto y que es uno de los muchos militares yugoslavos acusados de crímenes de guerra. Empieza entonces un viaje tanto espacial (recorre Croacia, Bosnia y Serbia) como temporal (escucha episodios antiguos de una historia familiar sacudida cada tiempo por odios raciales) en busca de ese padre afectivo, transformado en un monstruo incomprensible, responsable de la matanza de niños, mujeres y ancianos en Visnjici, un pueblo del este de Croacia. Visitando a viejos familiares y a antiguos amigos del padre, el protagonista desentraña la trágica disolución de su familia y el conflicto étnico que acabó con Yugoslavia, su patria. Las cuestiones de identidad personal y nacional son tratadas con cierto humor (o mejor dicho, sarcasmo balcánico), sobre el fondo trágico de heridas nunca curadas: “Todas esas historias están malditas… Deberíamos haberlas prohibido para que nadie más hablara de ellas. Y a los que lo hacen, habría que fusilarlos, porque esos relatos envenenan a los hijos y a los nietos”. Vladan no encuentra salida a su historia personal, tal vez porque no encuentra las fuerzas suficientes ni para perdonar ni para delatar a su padre. En cambio, el narrador es muy lúcido respecto a las consecuencias nefastas de la política de azuzar odios antiguos y de dividir utilizando la memoria del “dolor incurable”: “Y todo eso se desencadenó porque cada uno de ellos cultivaba su propio relato sobre unos muertos nunca olvidados, aunque hubieran muerto hacía una eternidad”.
Vojnovic ha conseguido una novela ágil, bien construida, combinando hábilmente elementos del género picaresco con características de una road movie, que nos enseña más sobre la desintegración de Yugoslavia y las guerras balcánicas que muchos sesudos tratados históricos. El retrato de unos pueblos ciertamente rudos y aficionados a la bebida exige, en ciertos episodios, el empleo de un lenguaje crudo y a veces soez. En definitiva, una excelente lectura para aficionados a la historia reciente y para los que se preocupan por la creciente ola de nacionalismos que nos invade en muchos países de la vieja Europa.

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