DE CAMPESINOS A FRANCESES

Eugen Weber fue un historiador de origen rumano afincado en EEUU, que se especializó en la historia contemporánea de Francia y dejó un legado de obra escrita compuesto, entre otros, por más de diez volúmenes orientados hacia diferentes periodos de la Historia moderna (siempre con el foco puesto en el país galo). El original de este libro se publicó en 1976 pero no fue traducido hasta que Taurus puso sus ojos en él.
Weber se pregunta, en voz alta y literalmente, la manera en que ha tomado forma la idea de nación. El motivo de hacerse la pregunta en torno a Francia se deja claro en multitud de páginas del libro: estamos ante el ejemplo más acabado de identidad nacional perdurable a lo largo del tiempo. Weber consigue demostrar que millones de campesinos, que conformaban más de la mitad de la población, seguían llevando las mismas vidas que sus antepasados, con un contacto limitado y superficial con el resto del país. He ahí el origen de la nación francesa, a juicio del escritor.
Contra lo que pudiera parecer, Weber construye el libro de menos a más, a partir de hechos modestos que tienen que ver con los pequeños detalles cotidianos de las vidas de la gente campesina. Por poner algunos ejemplos, se analiza el choque lingüístico entre la lengua francesa y algunos dialectos, las celebraciones festivas, qué música escuchaban y cómo lo hacían, qué leían y cómo leían, por ejemplo, la prensa, o los usos, costumbres y tradiciones románticas de los jóvenes. Weber escribió, quizá sin proponérselo, la historia de una nación que vivió a finales del siglo XIX una auténtica crisis por mor de las ideas modernizadoras, auténtico torpedo en la línea de flotación de las costumbres tradicionales.
Elementos tan unificadores como el ferrocarril o las carreteras, por poner dos ejemplos en los que el libro se detiene, fueron factores concluyentes en la misión de acercar territorios, pueblos y regiones que hasta entonces se habían mantenido lejanos e inaccesibles tanto entre sí como a nivel comercial. Así fue como se crearon paulatinamente los mercados y los centros principales del mundo moderno. La producción industrial, por su parte, convirtió en innecesarias numerosas profesiones campesinas y el creciente sistema educativo enseñaba no solo el idioma de la cultura dominante sino también sus valores, entre ellos el patriotismo. A inicios del siglo XX, la labor se completa, pues ya se puede hablar de Francia como el lugar de la soberanía nacional, de la patria de la grandeur, que hoy pretende seguir siendo.
Un libro capital para quien quiera saber de nación, nacionalidades y nacionalismos.

TROA