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do luego esa infancia con las anécdotas de mis hermanos
y las de la infancia de mis padres, asociándolas, porque
cuando tus orígenes están un país que no existe, en un
lugar que no puedes visitar, todo está idealizado.
Uno de esos paraísos perdidos…
Sí, nuestras vivencias nos parecían siempre inferiores. El
Marruecos de mis padres era el paraíso, y todo lo nuestro
era peor que lo suyo: la fruta tenía otro sabor, la gente no
era tan acogedora y amable, todo era más difícil. Yo sólo
pude escribir el libro cuando me convencí de que
también lo mío, mi infancia, tenía interés y valía la pena
contarlo. Cuando llegué a una edad en la que notaba que
también lo nuestro se nos escapaba.
El problema era que yo quería contar algo que no cono-
cía, aquel paraíso de mis padres al que nunca había ido,
que no había vivido. Lo conocía de oídas y sólo he podido
reflejarlo asociando mi infancia y la de mis hermanos con
la de mis padres, y al final el resultado es un libro de ese
exilio del que hablábamos.
¿Y cuál es la percepción de sus dos hermanos
sobre “Pequeñas historias…”?
Yo escribí el libro sin decírselo a nadie, sólo con mis viven-
cias. Para mi hermana su lectura fue muy fuerte y creo
que mi hermano ni siquiera lo leyó. Pero quizás lo más
curioso es que mi madre, ahora, acaba recordando
muchas cosas a través del libro. De cualquier modo, sé
que algunas cosas de las que cuento se van a quedar en
este libro, sólo ahí van a vivir.
¿Sus hijos han leído el libro?
Mi hijo era pequeño cuando escribí el libro y yo le iba
contado las historias. Ahora lo ha leído aunque no entero,
y mi hija es muy pequeña todavía. Pero en cualquier caso
el libro es para ellos, a pesar de que la editorial francesa
olvidó poner la dedicatoria que iba dirigida a mi hijo.
DOLOR, ESPERANZA Y OPTIMISMO
Hay algo en el libro del siglo de oro español que
usted conoce bien, ¿quizás un Diablo Cojuelo levanta
los tejados de la casas de la calle Saint-Nicolas…?
No he pensado en el Diablo Cojuelo al escribirlo, pero sí
lo he hecho en El Lazarillo de Tormes, porque me ha dado
la solución para ver las cosas sin juzgarlas, con la visión a
la vez del niño y del adulto. El Lazarillo me permitió no
caer en el error de dar lecciones ni de juzgar a nadie.
SL
A FONDO
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TROA
Y junto a ello, está también la influencia de
El pequeño
Nicolás
de Goscinny, su humor, su evocación cultural, su
visión de las relaciones de los vecinos o entre padres e
hijos.
¿Estaba el libro muy pensado, muy planifica-
do?
Ahora puede parecerlo y hablo como si hubiera sido
así, pero lo escribí con prisa, en un verano, cuando
todos dormían. De siete a nueve, me iba a la playa sola
y en una roca escribía. Luego volvía a desayunar
después de haber escrito un episodio de un tirón, y me
molestaba mucho cuando no lo acababa en esas dos
horas y necesitaba más tiempo.
Los primeros “cuentos” son muy breves, no quería que
superaran la medida de la pantalla del ordenador,
tenía que cortar para no pasarme y que cada historia
tuviera su entidad, que “cerrara un círculo”, ya
cuando empezaba a escribir estaba en mi cabeza el
final del “cuento”.
Pero a lo largo de libro, la niña crece y el libro cambia
con ella. Los primeros “cuentos” son casi viñetas,
luego las historias son más largas, se introducen
otras preocupaciones de la niña e historias familia-
res.
Ese proceso de evolución ha condicionado
la forma de escribir...
Sí, pero también la sido un condicionante el superar
el pudor y el miedo a escribir e incluso el dolor que
algunos recuerdos podían producirme.
¿Ha sido doloroso escribirlo?
Ha sido un esfuerzo, pero junto a ello también estaba
la alegría. Me ponía a escribir y, como cuando traduz-
co, parecía que alguien estaba en mí. Cuando traduz-
co a Santa Teresa entro en la lógica del convento, en
esa alegría, y en la sencillez y el ritmo de las cancio-
nes del convento, y con este libro también me
desplazaba a otro mundo, pensaba y escribía como
una niña, era como un viaje que me exigía un esfuer-
zo casi físico.
Volvía a vivir las sensaciones de entonces y todo
surgía. Era la evocación de todo y ahí si hay algo simi-
lar a
Amélie
, cuando un mínimo detalle, un olor, te
permite recuperar recuerdos.