ESPECIAL JUAN XXIII Y JUAN PABLO II
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TROA
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al cónclave del que saldría elegido Papa, le dijeron en la
frontera que ya ajustarían cuentas a la vuelta. En cierto
modo, resultó una indeseada profecía.
Ya como Juan Pablo II, es sobradamente conoci-
da su incansable actividad –tanto sus viajes como sus
escritos son incontables–, y su progresivo desgaste que
no le hizo bajar su ritmo: quería estar con todos, servir a
la fe de todos, introducir con fuerza la Iglesia Católica en
el tercer milenio, ante unos obstáculos que no ignoraba.
Cuando ya al final no podía ni asomarse al balcón, quiso
que al menos los fieles que habían venido a verle pudie-
ran oír su voz: ni siquiera entonces quiso que volvieran
de vacío. Y, cuando ya estaba todo completado, al igual
que el t
odo está cumplido
de Jesús en la Cruz, sus últimas
palabras también fueron de filial abandono:
dejad que
me vaya a la casa del Padre.
Sería sin embargo una superficialidad recalcar lo
que distinguía a estos dos Papas, sin dejar bien claro que
lo más importante, y quizás lo menos llamativo, era lo
que los unía. Su afán de servicio a la Iglesia y a los hom-
bres, que la providencia divina canalizó conforme a las
aptitudes de cada uno, estaba movida por una recia vida
de fe, por una profunda vida de oración, por un intenso
espíritu de penitencia. A lo largo de los veinte siglos de
la historia de la Iglesia han surgido pastores santos que
con su vida repetían el famoso
non recuso laborem
(“no
rechazo el trabajo”) de San Martín de Tours, y lo cum-
plían hasta la heroicidad. En todos ellos, el motor de esa
resolución era un amor de Dios tan intenso o más que su
prolífica actividad. El pueblo católico ha sabido recono-
cerlo. Esta canonización no es solo la conclusión de unos
estudios sobre las virtudes heroicas –y la constatación
de algún milagro concedido por su intercesión– por
parte de unos especialistas. Es también fruto de una
fama de santidad que surgió de inmediato tras los
respectivos fallecimientos. Los gritos de
santo subito!
en
la Plaza de San Pedro al darse la noticia de la muerte de
Juan Pablo II son un buen ejemplo de ello.
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