El BELÉN QUE PUSO DIOS
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Católica, que es un tratado teológico de gran rigor,
habla de esos pañales y asegura que son "signo"
del Misterio de Cristo (Cfr. n. 515).
Todo es así de escandaloso en Navidad. Dios quiso
necesitar pañales, y agua y jabón para lavarlos. Y
necesitó una Madre que lo llevara en su seno nueve
meses, como cualquier otro niño, y unas manos
femeninas que lo acariciaran, y unos pechos que le
dieran alimento. Dios descansó inerme y abando-
nado en los brazos de una chiquilla ante la mirada
embobada de un artesano. Dios "necesitó" una
familia para ser verdadero hombre.
¿Es cierto lo que acabo de escribir?: ¿"necesitó"? Me
temo que no. Él pudo haber venido a la tierra de mil
maneras. Y, para ser "realmente humano" bastaba
con que tuviese cuerpo y alma como nosotros. Y,
por tanto, inteligencia y voluntad. Y debilidades y
pasiones…
Hasta aquí lo que explican los teólogos clásicos. Sin
embargo, Jesús quiso algo más: una estirpe con una
tradición y una cultura propias, una lengua aprendi-
da en casa, con su acento regional y sus errores;
una Madre que le enseñara a caminar, a vestirse
solo, a manejar las manos, a no hacer porquerías, a
comer, a obedecer; un padre que le iniciase en el
oficio de artesano y le contara viejas historias al son
de la sierra y el martillo.
De todo esto nos habla la Navidad. Por eso decimos
que es un tiempo "de familia" y "para" la familia. No
porque lo disponga la publicidad de unos grandes
almacenes. Este es un tiempo para descubrir que
en los pañales de un niño podemos encontrar a
Dios. Que, en ese mundo pequeño, hecho de tradi-
ciones mínimas, de chistes privados, de pequeños
enfados y lágrimas compartidas, de recuerdos
comunes y risas, hay "un algo divino", una huella
del Dios hecho hombre, que nació entre pañales.
Y así crecía, según San Lucas, en estatura, en gracia
de Dios y en sabiduría.