Un canto a la
Navidad
Julio de la Vega-Hazas
Si se busca un denominador común a
las fiestas que han celebrado todos los
hombres de todos los tiempos, se llega
a la conclusión de que han sido y son
un canto a la vida. Se celebraba el final
de las cosechas, y muchas veces
también la siembra. Era, en ambos
casos, el brotar de la vida que daba la
vida al hombre. En el ámbito personal,
se celebraban en primer lugar las
bodas. Curiosamente, los nacimientos
menos, pero el motivo probable es
que la alta mortalidad infantil que
existía hasta hace poco tiempo
desincentivaba una fiesta que corría el
riesgo de convertirse en luto al cabo
de muy poco tiempo, quizás antes de
que estuviera previsto acabar la fiesta.
Por eso, se prefería celebrar la llegada
de la pubertad, cuando el niño o la
niña pasaban a ser un hombre o una
mujer, con un futuro vital más prome-
tedor y sobre todo más seguro que el
de un recién nacido. Asimismo se
celebraban las grandes victorias
militares, que, sobre todo en la
antigüedad, también constituían un
seguro de vida para un pueblo.
La vida siempre ha sido un
misterio para el hombre. Incluso
ahora, cuando la ciencia ha desentra-
ñado muchos de sus secretos, lo sigue
siendo. Por eso siempre se ha asocia-
do a la divinidad. Hoy día, si somos
honrados, también debemos hacerlo,
aunque cambie un poco el punto de
vista. Ya no es tanto el asombro de
que una pequeña semilla produzca un
ser vivo adulto, sino más bien el
asombro ante unos códigos genéticos
complejos y unos procesos bioquími-
cos igualmente complejos y que
muestran finalidades concretas cuya
explicación última remite a una
inteligencia que, sin duda, es superior
a la nuestra. Pensar que la física de
partículas es la explicación última que
llena de sentido a todo lo vivo tiene
mucho más de un acto de fe atea que
de una explicación científica. Por otra
parte, en las guerras se buscaba la
protección divina, y en consecuencia
también se reconocía a Dios o a los
dioses su parte en ella (más aún en el
politeísmo antiguo, donde se pensaba
que también se combatía a los dioses
del enemigo). De ahí que nada tenga
de extraño que las fiestas tuvieran un
carácter religioso, y dentro del mismo
un componente fundamental de
acción de gracias.
Lo cual no obsta para que se
encontraran muchas perversiones en
las fiestas. El festejo de la vida podía
dar lugar a una prostitución de
carácter religioso y a desenfrenos; la
acción de gracias por la victoria podía
desembocar en el sacrificio ritual de
prisioneros; el éxtasis festivo se podía
alcanzar con drogas; y, en fin, embo-
rracharse siempre ha sido algo
habitual en las fiestas. No debe
sorprender; el ser humano es capaz de
degenerar con facilidad todo lo que
toca. Lo que sí explica esta consecuen-
cia del pecado original es la urgencia
que tuvo la Iglesia desde el principio
para cambiar las fiestas paganas. Lo
sabio no era intentar abrogarlas, pues
tenían hondas raíces en el pueblo, sino
más bien cambiarlas de signo y
convertirlas en fiestas cristianas.
¿Sucedió así con la Navidad?
Es una cuestión debatida. Los motivos
que se dan fue el sustituir las saturna-
les romanas –principal fiesta popular,
que duraban del 17 al 23 de diciem-
bre-; dar un nuevo sentido a la fiesta
del nacimiento del sol invicto promul-
gada por los emperadores –celebrada
el mismo 25 de diciembre-; o tener
lugar nueve meses después de la
fiesta de la Anunciación, ya celebrada
desde antes. Es probable que en la
elección de fecha influyeran todos
estos factores. Ha habido y hay críticos
de la Navidad que intentan desactivar-
la aduciendo que su origen está en
una fiesta pagana, y que eso la
contamina o le resta importancia. Se
equivocan: esos pueden ser los
motivos de elegir la fecha concreta,
pero no la razón de celebrarla. En
realidad, el motivo de que se celebre
es que necesariamente había que
celebrarla.
En la fe cristiana, nada tiene
más motivo de celebración que el que
la Vida –así se autodefinió Cristo: el
Camino, la Verdad y la Vida- venga a
los hombres, nazca en el mundo. Sólo
la Resurrección la supera, pues es la
entrada de la vida gloriosa, celestial,
eterna, el triunfo definitivo sobre la
muerte. Por eso poco importan las
posibles dificultades. Si no hay fecha
determinada, se busca una. Si faltan
símbolos y motivos característicos, se
van adquiriendo. Es irrelevante que el
SL
UN CANTO A LA NAVIDAD
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TROA