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www.granda.comárbol de Navidad proceda de un culto
pagano germánico, o que las figuras
del Belén no aparezcan hasta el siglo
XIII. También la música hubo que
inventarla, a partir de lo más tosco, las
tonadillas villanas, de donde viene el
término villancico. Los adornos se
fueron completando con los siglos,
pero el motivo estaba desde el
principio. Si los cristianos no celebrá-
ramos la llegada al mundo del Salva-
dor del mundo, en realidad no tendría-
mos nada que celebrar. Ni que ser. Un
cristianismo sin esta fiesta sería triste.
Pero triste equivale a decir sin espe-
ranza, y eso supondría, nos diéramos
cuenta o no, la negación misma de
nuestra fe.
Para quien vive sin esperan-
za, la Navidad suele ser un momento
particularmente triste. La literatura y
el cine lo reflejan bien. Dickens lo
personifica en el viejo Scroogese de
Un
cuento de Navidad.
Como sucede a
menudo en nuestra sociedad, Scrooge-
se no está triste por ser pobre, pues
no lo es, sino por vivir en una amarga
soledad, fruto de una avaricia que le
ha alejado de las personas y ha
convertido a las cosas en su único
amor. Es una figura que hace reflexio-
nar en un momento en que para tanta
gente el atractivo navideño es la
compra sin medida y la celebración de
fiestas anónimas colectivas. En
muchos casos esto tiene aire de
mascarada; detrás de la máscara
alegre hay un rostro real triste. Se
entiende que quieran retirar todos los
símbolos religiosos para la Navidad,
pues el verdadero sentido de la
Navidad hiere el corazón de quien está
solo por el rumbo que ha dado a su
vida. Pero el engaño no dura demasia-
do. Como dice la canción de Abba
¡Feliz año nuevo!, tras una fiesta de
Año Nuevo en la que “podamos tener
de vez en cuando la visión de que todo
prójimo es un amigo”, cuando pasa
queda el vacío: “ahora me parece que
los sueños que hemos tenido han
muerto todos, no son más que confetti
en el suelo”.
Dickens no quiso que su
cuento navideño acabara mal, y para
ello introdujo unos simpáticos fantas-
mas que convirtieron a Scroogese,
abriéndole así la puerta de una
Navidad feliz. “Convertir” es una
palabra que en origen significaba
cambiar de rumbo. Quien quiera una
Navidad sin cristianismo lo necesita.
Necesita la esperanza que trae el Hijo
de Dios al venir al mundo. Necesita
redescubrir en la Sagrada Familia el
insustituible amor que la familia
destila, sin que ningún sucedáneo sea
capaz de albergarlo. Necesita descu-
brir en la celebración y en los regalos
la manifestación del don de sí, clave
verdadera de la felicidad. Es posible
que los fantasmas de Dickens evoca-
ran la ayuda de lo alto para una tarea
que sin ella resultara imposible, pero
ciertamente esa ayuda existe, y quizás
sea la Navidad el momento más
apropiado para encontrarla. Porque
cuando encuentra su genuino sentido
y se vive en esa familia que tanto
cuesta crear y mantener, la Navidad es
un momento de felicidad inigualable.
Es un verdadero canto a la vida, a una
vida que vale la pena vivir.
NAVIDAD
SL
TROA
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