E
n clase les explicaba a mis alumnos que los medios
digitales estaban condicionando el modo de escribir y leer
literatura, que incluso algunos estudiosos venían hablando
de una verdadera revolución. Les comenté mi escepticismo,
si tomamos revolución en su sentido radical y propio; y les
pedí que levantaran la mano quienes prefiriesen leer
literatura en un libro de papel, antes que en una pantalla. La
respuesta fue abrumadora. “Entonces, todavía no ha llegado
la revolución”, respondí.
¿Qué tiene este modo de leer, que persiste con
entusiasmo en las generaciones más jóvenes? ¿Será el
libro de papel una señal material, una reivindicación
palpable del valor de nuestra intimidad?
Conocedores de
la fragilidad y mudanza del mundo interior,
¿no es verdad
que buscamos modos de fijarlo, sacándolo al mundo
exterior, mostrándolo visible, encarnándolo? ¿No es eso lo
que hacemos con una alianza, un retrato al óleo, una
fotografía enmarcada sobre la cómoda, unos versos que
gustamos de repetir?
Quizás el estar y no estar de lo que
aparece en una pantalla nos parezca vertiginoso, impropio
de la permanencia a la que aspira la interioridad. Quizás
prefiramos la experiencia de poseer y sostener en nuestras
manos una edición ajada de
Anna Karenina
de
Tolstói
o de
El
idiota
de
Dostoievski
, comprada a un chamarilero a la salida
del metro, con párrafos subrayados incluidos, a disponer en
cualquier momento, en cualquier lugar, de una pantalla que
nos traiga toda la producción novelística rusa del siglo XIX.
Quizás.
Y así, en ese instinto hacia el papel vamos sumando
libros, y nace una biblioteca. Los ponemos a la vista y
quedan refulgiendo el aura que les otorgó nuestra lectura.
Traemos uno nuevo y entra en esa selección de objetos que
ya son más, mucho más, que objetos. Los saludamos sin
palabras, como les basta mirarse a los amigos, aun solo
saber que el otro está en la habitación, para sentirse acom-
pañados. Vamos entonces creando un espacio especial, de
conversaciones antiguas, que siguen presentes, abiertas al
futuro. En un mundo que nos trata a todos de
“consumido-
res”
de objetos, la biblioteca es esa rebelión silenciosa y
serena del espíritu, ese trapecio de relaciones suspenso en
el aire, que nos permite volar.
Construir una biblioteca, definir su lugar, su orden
interno, su alma
¿no es, en verdad, construir una metáfora
Construir una biblioteca
José Manuel Mora Fandos
de nosotros mismos?
Van llegando los libros, pero como
llegan las amistades recién hechas a nuestro hogar, y se
encuentran con quienes ya son de la familia; y
Saint-Exu-
péry
se sienta junto a
Sófocles
, y
Ray Bradbury
entre
Austen
y
Bécquer
. Y pensamos en ordenarlos, y quizás los
agrupamos por autores, o por géneros, o por temas, o por
épocas de nuestra propia vida. Y al pasar los años los
reordenamos, porque los años en primer lugar nos han
reordenado a nosotros, y ellos, los libros, están de acuerdo,
y se dejan llevar de aquí para allá, dóciles a los descubri-
mientos del alma, de nuestra alma.
Es el arte de vivir, de construir, día a día, una bibliote-
ca. Pero no deberíamos comprar colecciones de libros para
embutir en los estantes. El libro no leído debe esperar con
humildad, mudo junto a los otros, pues la lectura no ha
encendido aún su aura. Pero ya es
“alguien”
: antes de la
lectura, fue la
“electura”
. Escribía el novelista italiano
Alessandro D’Avenia en un artículo para La Stampa,
“Elettori”
prima che lettori” (04/10/2015), sobre la necesidad de la
sabia elección de los libros, pensando en un contexto educa-
tivo. Pero, ampliando el alcance ¿no es verdad que vivir es
ejercicio de elección constante, y elección sabia?
Tempus
fugit
, el tiempo es oro… somos nosotros los que fugamos
hacia el infinito, somos el oro… Recordemos el consejo de
Séneca en la epístola segunda a Lucilio:
“Considero el
primer indicio de un espíritu equilibrado poder mantener-
se firme y morar en sí. Mas evita este escollo: que la
lectura de muchos autores y de toda clase de obras
denote en ti una cierta fluctuación e inestabilidad. Es
conveniente ocuparse y nutrirse de algunos grandes
escritores, si queremos obtener algún fruto que perma-
nezca firmemente en el alma. […] Es propio de estómago
hastiado degustar muchos manjares, que cuando son
variados y diversos indigestan y no alimentan. Así, pues,
lee siempre autores reconocidos y, si en alguna ocasión te
agradare recurrir a otros, vuelve luego a los primeros.”
Clásicos, contemporáneos; profundos, livianos; proteínas,
golosinas; como en todo hogar bien avenido.
Construir una biblioteca va en la construcción de la
propia vida, por esa dimensión de hacer que tiene el vivir. Al
hacer crecer la biblioteca, crecemos, en esa revolución
constante de abrirse al otro, donde el papel —como saben
mis alumnos— sigue teniendo un insustituible papel.
Escritor. Profesor de literatura y escritura creativa en la Universidad Complutense de Madrid
Blog: millecturasunavida.blogspot.es
SL
CONSTRUIR UNA BIBLIOTECA
20
TROA