La invasión
del panteismo
JULIO DE LA VEGA-HAZAS
Doctor en teología. Asesor literario de TROA
“P
anteísmo” es una palabra de raíz griega que
viene a significar que todo es Dios. O sea, que a Dios hay que
encontrarlo en el universo mismo, no fuera del mismo. No
habría por tanto un Dios trascendente, sino lo contrario:
inmanente. No se trataría de un Dios personal, realmente
distinto de lo demás, sus criaturas. Por lo general, sus
partidarios tampoco quieren reducirlo todo a un materialis-
mo, que convertiría al panteísmo en un ateísmo puro y duro.
Entonces, ¿quién o qué es ese Dios? Aquí las respuestas
varían y ninguna se distingue por su excesiva claridad, pero
lo predominante es sostener la existencia de una especie de
energía vital subyacente al universo, de la que depende su
desarrollo y evolución; en último extremo, de la que depende
todo.
En Occidente, el panteísmo hay que buscarlo en la
filosofía, desde
Parménides de Elea
en el siglo V antes de
Cristo, hasta
Hegel
en el siglo XIX de nuestra era. En Extremo
Oriente filosofía hay poca, pero el panteísmo tiene su gran
baluarte en la religión, particularmente en las que proceden
del país que es la cuna de las principales religiones orienta-
les: la India. La India carece de una tradición filosófica, por lo
que, en las enseñanzas de sus numerosos gurúes, no hay
una búsqueda de rigor lógico o de coherencia en las
creencias. Hay unas pocas ideas centrales, un sincretismo
que está dispuesto a asimilar cualquier cosa siempre que se
entienda a su modo, y un sistema de meditación –el yoga-
que conduce a una especie de unión con “el absoluto” –la
llamada conciencia cósmica- y al cabo de la vida a fundirse en
él, perdiendo la identidad propia –el nirvana-.
De lo que sí hay una gran tradición en la India es del
comercio. Desde hace miles de años, son vendedores
expertos, que juegan maravillosamente con las palabras y las
ideas para colocar cualquier cosa, y tienen un gran olfato
para captar cuál es la demanda. El caso es que, desde hace
unas décadas, se pueden apreciar esas habilidades para
exportar sus ideas religiosas sin que aparezcan
como tales. El resultado es
una sutil invasión del
panteísmo religioso en varias esferas de la
cultura
.
Pongamos algún ejemplo. En el
cine
, la serie
más popular y taquillera de la historia es la de L
a
guerra de las galaxias
. Es una bien realizada historia
del bueno, el malo y la princesa en ambiente de
ciencia ficción. Pero además entra en juego y
preside la misteriosa e impersonal fuerza cósmica
que ocupa el lugar de Dios; ya no se despiden con
un “id con Dios”, sino con un “que la fuerza te
acompañe”. ¿Es un puro recurso literario? ¿Son
ganas de sacarle punta a todo? No. El creador de la
serie,
George Lucas
, es un norteamericano de
familia metodista, que se fascinó con el budismo,
hasta el punto de autodenominarse “metodista-bu-
dista”, y proyecta su visión. Los dos credos no son
precisamente compatibles, y no es fácil saber qué
piensa exactamente Lucas; un monje budista diría
que todo es compatible, pero en realidad sabría
perfectamente que esa pretendida compatibilidad
no va más allá de un marketing para introducir sus
ideas en el mercado occidental.
Pasemos a la
literatura
. Uno de los cuentos
más famosos y vendidos de los últimos años es
El
caballero de la armadura oxidada
, del norteamerica-
no
Robert Fisher
. Con una ambientación de
caballero andante medieval, el protagonista va
comprendiendo que el óxido de su armadura se
debe a su egoísmo, y conforme cambia a mejor su
armadura también se acerca a la pureza y brillantez
original. Es un mensaje positivo, y parece que su
trasfondo es cristiano. Lo parece, pero no lo es.
Quienes conocen bien la obra, no dudan en
interpretarla en clave oriental. Aquí la “fuerza” es “el
camino de la luz”. Al final del recorrido, cuando llega
a la llamada “cima de la verdad”, encontramos estas
palabras: Ahora sí era totalmente libre, había
comprendido que el universo y él eran uno solo, y
ahora tenía un mayor resplandor. O sea, que al final
del itinerario lo que encontramos es la conciencia
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