SL
A FONDO
U
na de las melodías del popular cantante
Elton
John
se titula Sad Songs, “canciones tristes”.
Oyendo su ritmo vivo y pegadizo, y conociendo
el título pero sin jarse en la letra, parece una
invitación a dejar de lado las canciones tristes para que
la música alegre la vida. Pues no, es todo lo contrario.
Dice que cuando no queda ya esperanza alguna, es el
momento de sintonizar la radio y escuchar viejas cancio-
nes tristes. Cuando uno está en su cuarto sumido en la
desesperanza, a rma, “entran en tu habitación; siente
sencillamente su delicado toque”. La razón que da, y
repite una y otra vez, es que dicen tanto... De hecho, el
título completo de la canción es Sad Songs Say so Much:
las canciones tristes dicen tanto…
En el mundo de la canción este mensaje es una
anécdota sin demasiada trascendencia –hay de todo,
para todos los gustos-, pero no lo es en el de la literatu-
ra, donde parece tener mucho calado. La literatura espa-
ñola contemporánea, por ejemplo, tiene por lo general
un tono acusadamente triste. Obras de las más conoci-
das como
El árbol de la ciencia
de Baroja,
Historia de una
escalera de Buero Vallejo
o
La colmena de Cela
–ejemplos
que quieren re ejar la sociedad en general y cubren el
siglo XX- lo ponen de mani esto. Y son solo un botón de
muestra: se podrían añadir muchos más títulos.
En la actualidad, si dividimos la pro-
ducción de novelas en épicas –históricas o de
cción-, novela negra y relatos personales inti-
mistas, el mayor número de títulos corresponde
a esta última categoría. Y, por lo general, son
historias tristes. Un argumento bastante utili-
zado, por poner un ejemplo, es el de las amigas
que se vuelven a reunir después de muchos años
sin verse, y cada una cuenta su historia. Unas
han llegado más alto que otras, pero todas son
historias de decepciones, traiciones, soledades.
Son historias tristes.
Se puede dar razón de esa tristeza con
la vida de los autores, pero en el fondo no es esa
la cuestión. La verdadera pregunta no es tanto
por qué se escriben, sino por qué se venden.
¿Qué atractivo tiene la tristeza? Uno puede decir
que las obras tristes “dicen tanto…”; de acuerdo,
pero las que son más alegres también -¿o vamos
a negar que
Guerra y paz
de Tolstoi, por ejemplo,
no “dice mucho”?-, y dejan mejor sabor de boca.
¿En qué consiste ese “delicado toque” que tienen
las historias tristes y al parecer no tienen las
demás?
Volvamos a la canción en busca de
respuesta. Su primera frase es:”supongo que hay
momentos en que todos necesitamos compartir
un poco de dolor”. Y sintonizamos canciones
tristes “porque de los labios de algún viejo can-
tante podemos compartir las tribulaciones que
ya conocemos”. Y añade una consideración que
se traslada a la literatura: “cuando algún otro
está sufriendo lo su ciente como para escribirlo,
cuando cada palabra (suya) tiene sentido, enton-
ces se hace más fácil rodearse de esas cancio-
nes”. Y, en lo que parece una manifestación de
masoquismo, acaba diciendo que, cuando todo lo
que oye o lee penetra en uno mismo, “sienta tan
bien estar así de fastidiado…”.
O sea que la explicación de ese atrac-
tivo se puede resumir modi cando un poco un
conocido refrán: mal de muchos, consuelo de
tristes. Lo que peor se lleva no es el abandono,
la traición o el dolor físico. Lo que más hiere a la
persona en su ego: es el fracaso. Y resulta que,
por muchas excusas que intentan centrifugar la
responsabilidad, siempre está la sombra gris so-
bre el alma que sugiere que uno se lo ha ganado.
Esas canciones, y esas novelas tristes, vienen a
decir que no hay por qué atormentarse así, que
eso les pasa a todos de una forma u otra. Si has
perdido la esperanza en el fondo no es culpa
tuya, es que no hay esperanza en esta vida.
El atractivo
de la tristeza
Julio de la Vega-Hazas
Doctor en teología. Asesor literario de TROA
«Sintoniza-
mos canciones
tristes “porque
de los labios
de algún
viejo cantan-
te podemos
compartir las
tribulaciones
que ya cono-
cemos.»
TROA
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