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ENTREVISTA
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TROA
Un protagonista inesperado
Mucha gente no sabe que Jesús Sánchez Adalid, además
de escritor de enorme éxito, es otras cosas. Jurista, por
ejemplo: doctor en Derecho, fue juez durante dos años en
el pueblo donde vivió desde niño, Villanueva de La
Serena. Y cura católico: es párroco en el pueblo extreme-
ño de Alange. Un día sintió otro tipo de llamada... y la
atendió. A finales de los 90 decidió hacer un ayuno, “como
hacen al menos una vez en la vida los budistas, los musul-
manes, los judíos y muchas personas más”, para “limpiar el
cuerpo y el espíritu”. Aguantó once días y allí mismo,
durante lo que él llama con humor su“huelga de hambre”,
se puso a escribir. Y ya no paró.
Nunca sabe cómo le llegan las ideas para las novelas. Es el
viejo recurso del “fogonazo”. En esta ocasión, los
Treinta
doblones de oro
nacieron de una sobremesa. Alguien
mencionó la famosa talla del
Cristo de Medinaceli
, tan
visitada en Madrid, y contó que esa imagen anónima del
Ecce homo
estuvo, en realidad, cautiva de los moros,
como tanta gente. A Sánchez Adalid le brotó el fogonazo
y se puso a investigar.
Era cierto y no se trata de ningún secreto. La imagen fue
llevada a un fuerte español en la costa de Marruecos,
llamado San Miguel de Ultramar pero conocida por todo
el mundo como La Mamora. Antes de ser el Señor de
Madrid, como se le llama hoy, fue el Señor de La Mamora.
Y en la novela se cuenta cómo el hoy Cristo de Medinaceli
cayó en manos de las tropas musulmanas, y en qué
terrible lugar se le alojó, y cómo volvió a España, y quién
lo decidió, y por qué... Hasta que se convirtió en el Jesús
Rescatado.
Pero esa historia, que daría por sí sola para una novela
entera, no es sino una anécdota más, una especie de
leit-motiv en la narración de
Treinta doblones de oro
, que
se centra, como todas las novelas de su autor, en la elabo-
ración de seres humanos que se engarzan en una historia.
Esa es otra de las claves: seres humanos y no tipos dibuja-
dos con trazo grueso. Seres humanos que nunca son
completamente buenos ni malos, sino eso, humanos, con
sus contradicciones y sus errores. Y, como dice el propio
autor, seres humanos que piensan como pensaban los de
su tiempo y que tienen los problemas que tenía la gente
de entonces. No los de ahora. Ese es otro frecuentísimo
error de las llamadas novelas históricas actuales: que
meten en la Edad Media o en la Roma de Augusto a perso-
najes que piensan y actúan como pensamos y actuamos
hoy. Y lo mismo les daría meterlos en una de extraterres-
tres.
El lector se encuentra, pues, ante una narración que
cumple impecablemente lo que Adalid llama
el principio
de verosimilitud
(todo lo que no es verdad tiene que
parecer que lo es y no puedes cometer errores históricos)
y que parece escrita entonces: Adalid usa el método
epistolar o memorialista, como en
El lazarillo de Tormes
.
Quien narra la historia es el protagonista, Cayetano, y
este, después de concluida la gesta, cuenta lo que vio, lo
que piensa y pensó antes, lo que recuerda y lo que le
pasó. Ahí no hay objetividad de historiador: es el propio
personaje quien narra, no hay omnisciencias ni trucos.
Muley Ismail (1645-1727) cuarto monarca alauita de Marruecos