estrecho colaborador –y su sucesor al frente del
Opus Dei–, y en quien vería encarnado el significa-
do de esa expresión tan querida: Álvaro del Portillo.
“Escondido” no se utiliza aquí en el sentido más
habitual del término. No significa tratar de escon-
derse, con el consiguiente anonimato y el deseo de
rehuir responsabilidades. Quiere decir más bien la
voluntad de servir sin llamar la atención, sin buscar
un protagonismo. Álvaro del Portillo sirvió de este
modo junto a San Josemaría desde que éste le
llamó a su lado al acabar la guerra civil, en 1939,
pues vio su fidelidad y su valía. Más tarde diría que
él no lo escogió, sino que Dios lo puso a su lado.
Álvaro respondió poniéndose incondicionalmente
a su disposición, y compartió los sinsabores y
dificultades que surgieron en el abrirse camino de
esa institución entonces nueva, y a veces incom-
prendida, que era el Opus Dei. También las alegrías,
que fueron bastantes, pero éstas las compartían
todos. En cambio, San Josemaría procuraba que los
sufrimientos se los quedara, junto con quienes en
cada caso no tenían más remedio que conocerlos,
él solo… junto con Álvaro.
Siendo desde siempre un gran trabajador y un
hombre muy bien dotado, pudo haber hecho una
carrera brillante, primero civil y luego eclesiástica, si
hubiera dejado a San Josemaría. No quiso. En vez
de ello, no tuvo otra ambición que la de servir, ser
útil a Dios y a su Iglesia. Y nunca hubo fisuras en su
convencimiento de que el servicio fundamental que
Dios le pedía era ayudar al fundador del Opus Dei.
Quienes le conocían de cerca son testigos de que
estaba continuamente pendiente de él, y que a él
remitía siempre. Nunca le dijo que no, consciente
de que así le decía que sí a Dios mismo. San Jose-
maría era el fundador; Álvaro del Portillo no quería
ser más que su sombra. Con todo, esa fidelidad
ejemplar no pasaba inadvertida a quienes estaban
cerca de San Josemaría, y alguna vez le pregunta-
ban cómo podían ser tan fieles como D. Álvaro. No
quería hacer elogios de nadie en su presencia,
como es lógico, y esquivaba la pregunta diciendo
que tiene la fidelidad que deben tener todos en la
Obra. Pero se notaba que apenas podía reprimir el
manifestar que Álvaro era un hijo ejemplar en
todos los sentidos.
Fiel a su estilo, D. Álvaro no quiso figurar como
autor de libros. Pero, además de San Josemaría,
otras personas se habían fijado en su valía, y algu-
nas estaban bien situadas en la curia romana. Se
pidió su colaboración, entre otras cosas, para el
Concilio Vaticano II, y su intervención en el mismo
fue tan importante como discreta: fue Secretario de
SL
ESPECIAL
4
TROA