”El sacerdocio no es una
carrera —escribió en
1986— sino una entrega
generosa, plena, sin
cálculos ni limitaciones,
para ser sembradores de
paz y de alegría en el
mundo, y para abrir las
puertas del Cielo a quie-
nes se beneficien de ese
servicio y ministerio”.
derlo al frente del Opus Dei. El 28 de noviembre de
1982, cuando san Juan Pablo II erigió el Opus Dei en
prelatura personal, lo designó prelado. Ocho años
después, el 7 de diciembre de 1990, lo nombró
obispo y, el 6 de enero de 1991, le confirió la orde-
nación episcopal en la basílica de San Pedro.
A lo largo de los años en que estuvo al frente del
Opus Dei, Mons. Álvaro del Portillo promovió el
comienzo de la actividad de la prelatura en 20
nuevos países. En sus viajes pastorales, que le lleva-
ron a los cinco continentes, predicó a miles de
personas el amor a Dios, a la Virgen, a la Iglesia y al
Papa, y transmitió con persuasiva simpatía el men-
saje cristiano de san Josemaría acerca de la santi-
dad en la vida ordinaria.
Como prelado del Opus Dei, estimuló la puesta en
marcha de numerosas iniciativas sociales y educati-
vas.
El Centre Hospitalier Monkole
(Kinshasa, Congo),
el
Center for Industrial Technology and Enterprise
(CITE, en Cebú, Filipinas) y la
Niger Foundation
(Enugu, Nigeria) son ejemplos de instituciones de
desarrollo social llevadas a cabo por fieles del Opus
Dei, junto a otras personas, bajo el impulso directo
de monseñor del Portillo.
Asimismo, la Universidad Pontificia de la Santa Cruz
(desde 1985) y el seminario internacional
Sedes
Sapientiae
(desde 1990), ambos en Roma, así como
el Colegio Eclesiástico Internacional Bidasoa
(Pamplona), han formado para las diócesis a miles
de candidatos al sacerdocio enviados por obispos
de todo el mundo. Son una muestra de la preocu-
pación de Mons. del Portillo por el papel del sacer-
dote en el mundo actual, tema al que dedicó buena
parte de sus energías, como se puso de manifiesto
en los años del Concilio Vaticano II. ”El sacerdocio
no es una carrera —escribió en 1986— sino una
entrega generosa, plena, sin cálculos ni limitacio-
nes, para ser sembradores de paz y de alegría en el
mundo, y para abrir las puertas del Cielo a quienes
se beneficien de ese servicio y ministerio”.
Mons. Álvaro del Portillo falleció en Roma en la
madrugada del 23 de marzo de 1994, pocas horas
después de regresar de una peregrinación a Tierra
Santa. La víspera, el 22 de marzo, había celebrado
su última misa en la iglesia del Cenáculo de Jerusa-
lén. Tras su muerte, miles de personas han testimo-
niado el recuerdo de su bondad, el calor de su son-
risa, su humildad, su audacia sobrenatural, la paz
interior que su palabra comunicaba.
SL
ESPECIAL
8
TROA