niños de la época de Marcel Proust eran
ávidos lectores, ni todos los de la
nuestra son incapaces de tomar un
libro en sus manos. Lo que es verdad es
que la lectura suma y que se nota, y
también que resulta más común oír:
“deja el móvil, que vamos a comer”, que
“cierra el libro, que vamos a comer”. A
regañadientes, el joven Proust cerraba
su libro y se sentaba a la mesa; noso-
tros, sin embargo, muchas veces
dejamos que nuestros hijos coman con
el móvil encendido
Darles de leer
No podemos conformarnos con dar de
comer a nuestros hijos, también
debemos darles de leer. No podemos
conformarnos con alimentar sus
cuerpos; también tenemos que nutrir
su espíritu. Cuidar de ellos, asearlos,
vestirlos, llenarles de afecto, enseñarles
los hábitos básicos, ayudarles a crecer…
son actos imprescindibles, tanto como
lo son enseñarles a pensar, a sentir, a
desear, a hacer volar su imaginación…
Hemos de darles de leer para que
nuestros hijos crezcan por dentro y no
sean personas anémicas, porque la
lectura es como un complejo vitamínico
que les prepara para el aprendizaje, les
aporta vocabulario, les provee de
experiencia, les proporciona conoci-
mientos, les previene contra el aburri-
miento, les abre horizontes…
Darles de leer se parece a darles de
comer, es un hábito que requiere
algunos actos concretos:
•Así como no esperamos a que sepa
comer para darle la comida, no debe-
mos esperar a que sepa leer para
animarle a la lectura. Un buen lector
comienza a formarse cuando todavía
no sabe leer. Por eso existen los libros
de prelectura, para que ya el bebé se
familiarice con ellos, los toque, los mire,
los muerda… Se aprende a leer en la
escuela, pero se forman lectores en la
familia.
•Así como protocolizamos las horas
de las comidas, podemos hacer lo
mismo con la lectura, estableciendo,
por ejemplo, un rato al día en que toda
la familia se pone a leer. Y es que el
amor a la lectura se contagia. Si nunca
nos ven con un libro, será difícil que
nuestros hijos se interesen por la
lectura. No podemos hacer que lean,
pero sí crear un ambiente propicio en el
que los libros formen parte del hogar.
•Así como debemos dar ejemplo en la
mesa, debemos dárselo también en
este tema: que nos vean disfrutar
leyendo. Generamos expectativas
positivas si comentamos cosas como
“qué bueno es este libro”, si nos reímos
cuando lo estamos leyendo, o les
releemos un pasaje que nos ha gustado
especialmente.
•Así como empezamos dándoles de
comer a la boca (a veces diciendo
“¡mmm… qué rico!”), deberemos
también leerles cuentos cuando son
pequeños y hacerlo saboreando la
lectura, que perciban que disfrutamos
con ello. Crearemos en nuestros hijos
fascinación por las historias e interés
por los libros que las contienen.
•Así como culminamos una celebra-
ción con una tarta o un pastel, no
puede faltar un libro, por lo menos…
Lógicamente, no se ha de regalar sólo
libros, pero nunca deben faltar. Así irán
completando su biblioteca.
•Así como intentamos preparar bien
la comida, no sólo que sea nutritiva y
sabrosa, sino también, presentarla de
forma atractiva, del mismo modo
hemos de buscar libros atractivos tanto
en la forma como en el contenido. Los
libros también entran por la vista (como
la comida), sobre todo, por los ojos de
los más pequeños. Hemos de tener en
cuenta los dibujos, los colores, el
tamaño y la forma de la letra… Cuando
son un poco más mayores, es conve-
niente buscar libros relacionados con
sus aficiones e intereses.
•Así como no debemos usar la
comida como castigo (“¡Hoy te quedas
sin postre!”), nunca haremos lo mismo
con la lectura. No podemos enviarlos a
leer a su habitación porque se han
portado mal. Debemos presentar la
lectura no como algo gravoso, sino
como algo divertido. Leer es, en todo
caso, un premio, jamás un castigo.
•Hay lógicamente cosas que no
debemos hacer con la alimentación,
pero sí con la lectura, por ejemplo: es
bueno leer entre horas, empacharse
con la lectura, mezclar libros o dejar un
libro sin terminar (uno de los derechos
del lector según Daniel Pennac).
Un jardín en el bolsillo
Existe un proverbio árabe que dice: “Un
libro es como un jardín que se lleva en
el bolsillo”. Los libros proporcionan
viajes imaginarios e intelectuales, nos
trasladan a otros lugares, nos ponen en
contacto con otras mentalidades, nos
llevan de la mano por el mundo y por la
historia. Son, por tanto, fuente de
experiencia. En su etimología, experien-
cia es lo que se ve en un viaje: ¡qué
mejor forma de adquirir experiencias
que viajar con la lectura!
A todos los padres nos gustaría que
nuestros hijos fueran grandes lectores,
que ocuparan parte de su ocio metidos
en un buen libro, que tuvieran la lectura
como una amiga inseparable. Pero la
realidad es bien distinta, para muchos
niños leer es un “rollo”, un “aburrimien-
to”, una “obligación”, que quita tiempo
para jugar, para ver su programa
favorito, estar con los amigos o hacer
deporte. Quizá lo que tenemos que
hacer es empezar por convencerles de
que no es así, de que la lectura es el
juego más divertido, el programa más
ameno, el amigo más fiel y el deporte
que más en forma nos pone.
El verbo leer no soporta el imperativo. A
nadie se le puede mandar leer, como a
nadie se le puede obligar a amar. La
relación que entablamos con los libros
es una relación amorosa: de pronto, sin
saber cómo ni por qué, nos enamora-
mos de un libro y después de otro y de
otro. Esos romances son fuente de
innumerables placeres intelectuales y
afectivos, así como de enriquecimiento
personal. En este ámbito, la promiscui-
dad lectora viene a ser la mejor aliada
para mantener vivas esas relaciones
amorosas con los libros. Sólo hay una
forma de comprobarlo: ¡abre un libro y
verás…!
A FONDO
SL
TROA
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