hora justa y nos ayuda a encarrilar la
educación con realismo para que todos
tengamos expectativas realistas de
nuestras propias capacidades, que
seamos pacientes y que valoremos el
esfuerzo, no solo los resultados.
Es cierto que el talento es un
don, pero ese don ha de fructificar y
hay terrenos más fértiles para que eso
ocurra. La austeridad, así como el
esfuerzo y la constancia, son imprescin-
dibles, porque la realidad es exigente.
Al descubrirla, el sujeto acepta ser
medido por ella y reconoce la importan-
cia del estudio para alcanzarla. Miguel
Ángel, considerado uno de los artistas
más grandes de la historia, decía: «Si
supieras la cantidad de trabajo que hay
en ello, no lo llamarías genio». Gaudí
tuvo también una vida muy austera, se
pasaba noches enteras trabajando en
su estudio. Como reza el dicho, «la
necesidad es madre de toda invención».
La creatividad ocurre cuando
un niño se busca la vida porque le falta
algo que no tiene. Un niño que lo tiene
todo, e incluso antes de desearlo, no
necesita ser creativo porque no necesi-
ta nada, no anhela nada. Tiene la vida
resuelta. Un estilo de vida familiar que
da todo al niño o al adolescente, antes
siquiera de desearlo, hace que el niño
se conforme con una actitud pasiva y de
consumo. En este sentido, nuestros
hijos han de tener cada vez menos
cosas y aprenderán a vivir el «despren-
dimiento voluntario».
Cuando nos damos cuenta de
la realidad de la escasez del tiempo y de
los recursos –atención, memoria,
inteligencia, incluso recursos materia-
les– de los que disponemos, entende-
mos mejor la importancia de priorizar
esos recursos, yendo a lo esencial. Es
bueno «podar» nuestras vidas de todo
lo que no es esencial, practicar el
«desprendimiento voluntario». Y si nos
paramos a pensarlo bien, nos damos
cuenta de que el agobio vital y la
frustración de no llegar a nada, que
tenemos a menudo los padres, tienden
a ser consecuencia de no saber decir
que no, de crearnos unas expectativas
superfluas que nos dejan poco tiempo
para lo esencial. Tendemos a estar al
remolque de lo que nuestro entorno
nos vende como «imprescindible»,
porque «todo el mundolo hace o lo
tiene». Ese es el triste hilo musical que
nos acompaña.
Demasiadas veces dejamos
que las estadísticas tomen las decisio-
nes por nosotros. ¿Doce años es la
edad media de introducción del niño al
móvil? Entonces se lo compramos a esa
edad. Como padres, hemos de tomar
las decisiones que nosotros veamos
buenas, no las que toman los demás.
Hemos de recuperar el sentido de
competencia y la autoestima que nos
permiten tomar decisiones en la
educación de nuestros hijos. Las
estadísticas hemos de hacerlas noso-
tros, no dejar que manden sobre
nuestros hábitos de consumo.
En definitiva, nos pasamos
gran parte del tiempo que nos queda
después de trabajar y de dormir, o bien
viendo la pantalla, o bien comprando
cosas que no necesitamos para estar a
la altura de las otras familias que nos
rodean. Que los demás lo tengan no es
un criterio educativo valioso. Esa lógica
se ha de romper en la niñez con los
niños. Si no, ellos usarán esa lógica para
justificar todo tipo de comportamientos
en la adolescencia. «Mamá, voy al
botellón porque todo el mundo va,
¿vale?». Pero, de todas formas, ¿es
verdad eso de que «todo el mundo lo
hace o lo tiene»? Es bueno tener
perspectivas y compararnos, más allá
del vecino o del padre de la clase de
nuestro hijo, con el resto de las perso-
nas que comparten el planeta con
nosotros. Según el Banco Mundial, casi
la mitad de las personas que pueblan la
Tierra viven con menos de 2,50 dólares
al día, y el 80 % vive con menos de diez
dólares al día, menos de la mitad de lo
que vale la tarifa plana de un teléfono
inteligente.
Los niños necesitan muy
pocas cosas materiales, y es muy sano
que aprendan a vivir desprendidos de
las cosas que tienen, para poder ser
más libres. Hemos de redescubrir la
virtud de la sencillez. La simplicidad,
como decía Leonardo da Vinci, «es la
última sofisticación».
Foto: Jorge Zorrilla
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