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nuestra mirada de lectores, en nuestra

nueva mirada al mundo, al nuestro, al

único mundo del que disponemos y al

que volvemos —el del ajetreo del

Metro, de una conversación bajo el

vaporoso dosel del té, de una despedi-

da… el de un mundo refigurado,

transfigurado por las buenas narracio-

nes—. Hay un después de la lectura,

que me gusta entender como parte de

la lectura misma, es decir, como lectura

también, donde acontece esta mirada;

ahora ya no solo miramos, sino que

miramos-con o miramos-desde lo que

leímos. Qué pequeña gran felicidad

descubrir que el buen libro, tan

extra-ordinario y excitante, nos hacía la

cortesía de un paseo circular, como las

agencias de viajes más solventes, nos

pagaba la calesa de retorno a nuestro

prosaico barrio, a nuestras horas

cotidianas, como en esa imposible

novela de Chesterton,

Manalive

, donde

el protagonista ha de dar una vuelta al

mundo para llegar una vez más a su

propia casa. Maravillosamente, parece

que solo se puede habitar lo propio

haciéndolo nuevo una y otra vez.

El libro valioso trae a la lectura de los

buenos lectores el extra-bonus de un

segundo tiempo que se solapa y se

proyecta sobre el tiempo de la vida

ordinaria, y le cambia la forma, la

refigura. Pienso que así hacemos

cuando, para conseguir unas referen-

cias, desplegamos un mapa frente a un

paisaje del que algo, sin embargo,

conocíamos. Se me ocurre que de esta

manera el buen libro quiere compensar

el tiempo que previamente le robó a la

vida, y por eso trae este complejo

vitaminado que la redimensiona, como

la levadura a la insulsa masa. El ahora

de la post-lectura es un tiempo más

humano, menos biológico y más

biográfico. Quizás porque la vida, para

ser vivida como se merece, necesita la

grafía: ser escrita, ser leída. Al recordar

que estas ideas son de Paul Ricoeur, el

perspicaz filósofo, se encienden en mi

memoria unas palabras de su

Tiempo y

narración

, donde comenta el dicho de

Sócrates de que una vida digna debe

ser una vida examinada: “Y una vida

examinada es, en gran parte, una vida

purificada, clarificada, gracias a los

efectos catárticos de los relatos tanto

históricos como de ficción transmitidos

por nuestra cultura”. El examen,

podríamos decir, es esa relectura de

algún aspecto de nosotros mismos, que

hacemos en este segundo tiempo

proporcionado por las agencias de

viajes solventes que son los buenos

libros. Una vida sin el espejo refigura-

dor de las narraciones, es una vida que

fluye sin comprenderse a sí misma,

extraña para sí, que no puede volver a

casa.

Tiempo de volver: voy ajustando este

texto, tachando algunas palabras,

aquilatando ideas… lectura, relectura,

segundos tiempos, lo extraordinario y

lo ordinario, examen, salir y volver a

casa, felicidades recordadas y felicida-

des al recordar… y los trenes de

cercanías… Quizás la buena literatura

sea eso: trenes cargados de expectati-

vas, que nos devuelven soñando, más

sabios, mejores, a la cercanía de

nosotros mismos.

«Quizás la buena

literatura sea eso:

trenes cargados de

expectativas, que

nos devuelven

soñando, más

sabios, mejores,

a la cercanía de

nosotros mismos.»

TERTULIAS

SL

TROA

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