L
a creación de las jornadas mundiales de la
juventud tiene el sello inconfundible de san Juan Pablo II,
aunque la idea concreta naciera del que era Presidente del
Pontificio Consejo para los Laicos, el cardenal argentino
Eduardo Pironio. En Cracovia, el entonces obispo y después
cardenal Wojtyła tenía una preocupación pastoral especial
por los jóvenes, sobre todo los universitarios, siendo él
mismo profesor de la Universidad Jaguelónica. En su
primera cuaresma en Roma, convocó a los estudiantes en
la Basílica de San Pedro para una Misa dirigida a ellos, que
siguió celebrándose en los años sucesivos. Era el año 1979.
En 1983 comenzó un año jubilar, y
entre los distintos actos no podía
faltar el jubileo para la juventud, que
tuvo lugar el domingo de Ramos de
1984. Quizás para marcar diferencias
con la ya habitual Misa romana, se le
añadió el adjetivo internacional en la
convocatoria para el jubileo de la
juventud. Acudieron unos 300.000
jóvenes. Aquí fue donde el cardenal
Pironio propuso la continuidad de esa
jornada, aprovechando que el siguiente año, 1985, había
sido declarado “Año Internacional de la Juventud” por la
ONU. Volvió a ser el domingo de Ramos, y el número de
asistentes, aunque ya no había jubileo que lucrar, aumentó
hasta los 350.000.
A partir de aquí, comenzaron las Jornadas tal como
las conocemos hoy. Cada dos años, y con la duración
ampliada a tres días –con varias catequesis antes de los
actos principales, el último día- se convocaba a los jóvenes
en distintas ciudades del globo: Buenos Aires (1987),
Santiago de Compostela (1989), Częstochowa (1991),
Denver (1993), Manila (1995), París (1997), Roma (2000: se
quiso que fueran en el año jubilar), Toronto (2002). Las
dudas que pudiera haber sobre si Benedicto XVI continua-
ría con esta iniciativa, y si tendría la misma capacidad de
convocatoria que su antecesor, se disiparon
pronto: más de un millón de personas acudieron a
Colonia en 2005. Ya cada tres años, siguieron:
Sydney (2008) y Madrid (2011). La siguiente fue
convocada en Rio de Janeiro en 2013 –se adelantó
para no coincidir con el mundial de fútbol de
Brasil-, y el Papa que las presidió fue ya Francisco.
En el año actual Polonia vuelve a acoger las
jornadas, esta vez en Cracovia.
La respuesta por parte de los jóvenes a las
convocatorias ha sido
bastante sorprendente.
Incluso en un lugar como
Sydney, en un país con solo
seis millones de católicos y
lejos de casi todo el resto del
mundo, se llegó al millón de
asistentes. Pero, a la vez, se
podría objetar que los
números sirven para entrar
en los titulares de la prensa,
pero no dan respuesta a la cuestión fundamental:
¿dejan estos días de festival católico huella
duradera en los asistentes? ¿O son como una
bengala, cuya brillante luz se disipa pronto?
Lo cierto es que no se puede responder a
preguntas de este tipo viendo los acontecimientos
desde lejos. Lo más importante no suele ser lo
más llamativo; aquí, desde luego, no lo es. Ni
siquiera, posiblemente, las conversiones más
espectaculares, las que más llaman la atención y
por eso corren por internet. Las ha habido y las
habrá, qué duda cabe. Pero mucho más frecuen-
tes son los testimonios más “normales”, que
quizás no asombren tanto, pero que son por igual
fruto de la gracia de Dios. Como el siguiente, de
«Yo siempre he querido quedar
en medio, sin pronunciarme
ni identificarme como
cristiano, y he descubierto
que eso es lo que me ha
destruido.»
«¿Dejan estos
días de festival
católico huella
duradera en los
asistentes?
¿O son como
una bengala,
cuya brillante
luz se disipa
pronto?»
SL
A FONDO
50
TROA
Marcin Kazmierczak
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