whatsapp que enviamos durante la
cena, sin hacer caso a la conversación
iniciada… Y, pensando en “macro”,
responsables por la prosperidad del
país, a la que contribuimos con nuestro
trabajo y con nuestro consumo, y
responsables también de la parte de la
deuda pública que generamos con
nuestras visitas al ambulatorio de la
seguridad social…
¿Demasiadas responsabilidades?
Quizás sí. Pero no necesitamos
calentarnos la cabeza con la gran
mayoría de ellas. Sí que necesitamos, en
todo caso, sensibilidad ética y social,
para darnos cuenta de lo que hacemos
mal, de lo que hacemos bien, y de lo que
probablemente, podríamos hacer mejor.
Y una adecuada formación, para
entender en qué consisten esas
responsabilidades: formación técnica,
para saber cómo se producen aquellos
impactos que definen nuestras
responsabilidades, y ética, para
entender por qué y en qué medida
somos responsables de esos impactos.
Y, claro, esto exige también apertura a
los demás, no solo a los colaboradores
próximos o a los vecinos, sino también a
la sociedad en general llegando, en un
ataque grave de sentido de responsabili-
dad, a los inmigrantes que se ahogan en
el Mediterráneo, a los niños rescatados
debajo de casas en ruinas, o a los que
nunca podrán tomarse un helado
porque son pobres, absolutamente
pobres.
Luego está la sociedad, que
siempre pide mucho: las minorías, los
inmigrantes, los que padecen enferme-
dades raras, los que están solos, los que
no tienen trabajo… Todo son exigencias.
Pero la sociedad puede ayudar también
a identificar los impactos que causamos
(¿cómo afecta mi estilo de vida al cambio
climático?), a entender las responsabili-
dades que se derivan de ellos (¿por qué
debo preocuparme de esos efectos?) y,
en su caso, a concretar los deberes que
esto genera (¿qué significa, por ejemplo,
“discriminación por razón de la raza” en
esta sociedad y en estos momentos?).
“Sigo pensando que hay demasiadas
responsabilidades”, me dice el lector.
Puede que sí. A lo mejor es que no las
tenemos bien ordenadas, como cuando
nos paran unos chicos por la calle
pidiendo que les demos algo para su
viaje de fin de carrera: ¿de verdad tengo
que sentirme responsable de esta
“necesidad”? ¿O es, simplemente, un
simpático gesto de generosidad? Quizás
deberíamos dar un repaso a los criterios
que nos podrían ayudar a tomar la
decisión: urgencia, proximidad,
importancia, posibilidad, ausencia de
otro que pueda ayudar…
“Si entiendo bien lo que pretendes
decir”, me susurra el lector, “te estás
refiriendo a la ética”. ¡Bingo!, has
acertado. O quizás debería decir que ser
responsable es un síntoma de humani-
dad, de saber que necesitamos a los
demás y ellos nos necesitan a nosotros.
Alguno incluso dirá que es una muestra
de egoísmo, de egoísmo del bueno,
porque… ¡nos viene tan bien sabernos
responsables de muchas cosas, y
cumplir nuestro deber! Con prudencia,
claro, que también forma parte de la
ética, para entender por qué y en qué
medida somos responsables de esos
impactos.
Y, claro, esto exige también
apertura a los demás, no solo a los
colaboradores próximos o a los vecinos,
sino también a la sociedad en general
–llegando, en un ataque grave de
sentido de responsabilidad, a los
inmigrantes que se ahogan en el
Mediterráneo, a los niños rescatados
debajo de casas en ruinas, o a los que
nunca podrán tomarse un helado
porque son pobres, absolutamente
pobres.
ETA
“Sigo pensando
que hay dema-
sadas resposa-
bilidades, me
dice el lector.
Puede que sí. A
lo mejor es que
no las tenemos
bien ordena-
das.”
A FONDO
SL