TROA
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Cuba,
de colonia
a república
Pablo Hispán
Historiador y profesor de la Universidad CEU San Pablo.
C
uba vive hoy una encrucijada
donde lo antiguo comienza a morir
pero lo nuevo no acaba de nacer. El
fallecimiento de
Fidel Castro
plantea
muchos interrogantes, algunos de
difícil respuesta. Por ejemplo, ¿qué
papel debe jugar la Iglesia católica en
los tiempos que se avecinan?
También hace un siglo la Isla se
enfrentó a una crisis profunda.
Entonces derivada de la ocupación
militar de los Estados Unidos después
de su victoria contra España. El
Tratado de París de diciembre de 1898
legalizó el protectorado norteamerica-
no en Cuba, y determinó el traspaso
de la soberanía. Los estadounidenses
asumieron el control político y
económico, y comenzaron a establecer
las bases de la futura república. La
intervención duró tres años y medio,
entre 1899 y 1902, convirtiéndose en
una etapa clave de su historia. Tiempo
de intensos debates constitucionales,
de nuevos tratados comerciales y de la
pugna entre masones y católicos por
alcanzar la hegemonía social.
El interés historiográfico
termina, en España con la derrota de
1898, en los Estados Unidos porque
muestra con crudeza su ambición
geopolítica y cuestiona el discurso
acerca de la extensión de la democra-
cia, y, por último, en Cuba porque el
nacionalismo —ya fuera liberal o
ahora comunista— quiere borrar la
influencia norteamericana en la
creación de una identidad nacional.
En 1899, una parte del indepen-
dentismo pensaba que la Iglesia
católica no debía participar en la
construcción nacional, ya que había
sido una extensión del poder colonial
español. Otros, sin embargo, querían
que Cuba se convirtiera en una
república de hombres libres e iguales
donde negros y blancos, ricos y
pobres, creyentes o escépticos
disfrutaran de los mismos derechos.
Durante la intervención norteamerica-
na, la Iglesia trabajó con intensidad
para convertirse —algún día— en una
institución aceptada por todos. En
parte gracias a su función educadora
de las élites conservadoras, en parte
por representar un factor de estabili-
dad. Ahora bien, ¿qué papel desempe-
ñaría en una sociedad multirracial y
con una fuerte inmigración española?
¿Influiría la Iglesia católica en la nueva
clase dirigente? ¿Acabaría instrumen-
talizada por los políticos? ¿Se dejaría
instrumentalizar?
Desde el punto de vista político,
a principios del siglo XX Cuba se
convirtió en un laboratorio donde
Washington ensayó tanto la anexión
como la independencia. De lo que
ocurriera en la Isla surgirían modelos
políticos para sus nuevas colonias
(Puerto Rico, Guam y Filipinas). Es
decir, los norteamericanos probaron
su imperialismo en las últimas
posesiones españolas, anticipando su
actuación en el resto del continente.
Esta era la gran preocupación del
Papa León XIII
: ¿respetarían los
Estados Unidos el catolicismo del
continente americano? ¿Invadiría más
países? Su agresiva expansión,
justificada en la superioridad racial y
en su destino como pueblo respondía
también a la necesidad de alimentar
una economía que se desarrollaba a
toda velocidad, y que necesitaba
controlar el mercado mundial del
azúcar.
En 1902, los cubanos afronta-
ron el reto de construir una república
independiente «con todos y para el
bien de todos», según palabras de
José Martí
. Para entonces, tres jefes
militares de España y de los Estados
Unidos habían gobernado el país,
cuatro obispos habían ocupado las
dos sedes episcopales y una docena
de iglesias protestantes se habían
establecido en la Isla. La religión y la
política cruzaban sus caminos
sentando las bases de una relación
que, aún hoy, influye decisivamente
en el futuro de Cuba.
Decía
Teilhard de Chardin
que
el pasado revelaba la estructura del
futuro. Si es cierto, este libro puede
ayudarnos a entender los tiempos
que se acercan en esta sufrida isla
antillana.
«En 1902, los
cubanos afron-
taron el reto
de construir
una república
independiente
“con todos y
para el bien de
todos”, según
palabras de
José Martí.»
SL
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