BIENAVENTURANZAS PARA AGNÓSTICOS

Se puede decir que en el panorama contemporáneo la obra de Torralba está infravalorada: entre los pensadores católicos es de lo mejorcito que existe, por su profundidad, por su erudición y por su capacidad de dialogar con quienes más alejados de la fe se encuentran. En este caso, opta por el género epistolar para componer un diálogo imaginario entre él mismo y un amigo agnóstico, Guillem. A través de una serie de misivas, entre ambos se va desplegando la riqueza del Evangelio y las aportaciones de lo que para Torralba es el mensaje principal del cristianismo.
Quizá parezca exagerado, pero estas páginas serán de mucha ayuda -incluso espiritual- para los creyentes. Torralba ofrece una mirada limpia, reflexiva y penetra en el sentido último y principal de las enseñanzas de Cristo. Destila sabiduría, sin entrar -porque no es el objetivo- en lo dogmático. El Sermón de la Montaña constituye para Torralba el camino de la felicidad humana; partiendo de que hay dolor y sufrimiento, Francesc explica a su amigo que la clave de la alegría está en la entrega a los demás.
El camino más satisfactorio no es el que propone el mundo: el confort, el dinero, el poder… Lo relevante es el hallazgo del sentido, para lo cual es imprescindible comprometerse en la mejora del mundo. Para Torralba, hay un heroísmo ordinario que es menester cultivar. En el diálogo, también se da importancia a la mirada del descreído. No hay una confrontación, sino un paulatino acercamiento, hasta el punto de que si, en efecto Guillem aprende a valorar otros puntos de vista, también el creyente queda purificado de mucha idolatría en su conversación con el agnóstico.
Una observación: la interpretación de Torralba es muy personal, de modo que puede que alguno disienta. Pero se trata de una lectura válida que busca ahondar en el mensaje más social del cristianismo y entiende este como un camino de conversión. También para quienes creen.
Puede ayudar para acercar a la gente a la fe. Da buenos argumentos y favorece el diálogo, sin ser doctrinario, ni apologético.

TROA