E
l arranque de esta historia está en los propios libros.
Porque fue un libro que hablaba sobre libros, una obra de
Alberto Manguel sobre algunas de las más extraordinarias
bibliotecas que han existido, el que me mostró algo que
yo no podía imaginar: que en el campo de exterminio de
Auschwitz-Birkenau, un lugar que se hundía en un barro
físico y moral de crimen, enfermedades e inanición, se
hubiera logrado improvisar una minúscula escuela
clandestina en un barracón e incluso reunir un puñado de
libros. En unas cuantas líneas, contaba cómo el jefe de
barracón, Fredy Hirsch, situaba a un muchacho de vigilan-
cia por si llegaba la patrulla y que una asistenta de 14
años, llamada Dita, fue encargada de cuidar de aquellos
ocho libros llegados al barracón de manera azarosa.
Que en un lugar terrible como Auschwitz, donde la nece-
sidad imperiosa era sobrevivir, donde conseguir una
cucharada más de sopa podía ser crucial…que una gente
dedicara su esfuerzo y pusiera en peligro su vida para que
unos cuantos niños tuvieran una escuela, es algo que me
resultaba emocionante. La curiosidad del periodista que
soy, fue estirando de los hilos para poder contarlo de
manera más detallada.
Sin embargo, la información a secas se convertía en
larguísimos listados de nombres, números de víctimas,
fechas, nombres de jerarcas nazis, extensiones en metros
cuadrados de campos, número de crematorios… las
cifras, en su precisión impersonal, tiene algo de verdad
gélida.
Únicamente apilando datos no lograba trasladar el calor
del valor moral de aquel gesto, tal vez minúsculo, de
agitar ocho libros desvencijados contra la arrolladora
SL
AUTORES
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TROA
máquina de matar que fue el III Reich. Y el escritor que
llevo dentro, que a veces se pelea con el periodista y
otras llegan a acuerdos razonables, me convenció de que
lo que tenía que hacer era convertir todos aquellos datos
y hechos en una historia. La historia de una joven biblio-
tecaria llamada Dita. Una muchacha cuya peripecia
empezó ya cuando tenía nueve años: los nazis entraron
en Praga marcando el paso atronadoramente con sus
botas militares y le pisotearon la infancia. Pero nunca
perdió las ganas de vivir y, por más cerrojos que pusieron
los carceleros, ella encontró en los libros una ventana por
la que evadirse.
La bibliotecaria de Auschwitz
es un homenaje a Dita Kraus
y la gente del Bloque 31, que consiguió convertir un
barracón desangelado, en algo muy importante: una
escuela. Y también es mi manera de expresar mi agrade-
cimiento a lo mucho que me han dado los libros: me han
acompañado en la soledad, me han hecho reír y me han
hecho llorar. Yo soy una persona corriente, pero la lectura
ha hecho que mi vida sea extraordinaria.
Para mí una librería es una cueva llena de tesoros. Si
alguna vez me pierdo, no me busquen en una isla
desierta, sino en una librería o una biblioteca.
En en estos momentos donde la moda es recortar en
cultura hasta dejarnos al cero las neuronas, que una
cadena de librerías como TROA siga peleando por los
libros es admirable. Que además promueva con toda su
energía un certamen literario para que la gente debata
sobre libros y valores, me parece asombroso.
Me siento muy agradecido y abrumado por este
premio
, tan a contracorriente de lo que vemos en nues-
tro entorno.
En estos momentos de desánimo y podadora, en que
lo fácil es dejarse llevar y bajar los brazos, es cuando
resultan cruciales iniciativas como la de TROA, que
nos recuerdan que la cultura y la educación no son un
lujo,
que sin emociones y sin valores podemos crecer
demográficamente hasta el infinito, pero la humanidad
estará perdida. Gracias a TROA por su esfuerzo en hacer
oír la voz de los libros, que nos hacen más humanos.
Antonio G. Iturbe
Ganador del Premio Literario
TROA “Libros con valores”