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que el amor auténtico, el que perdura a

través de las dificultades, es imposible,

y se aspira tan solo a disfrutar del

momento a la espera de que la inevita-

ble ruptura llegue. Un

carpe diem

sin

esperanza.

Es lo que da de sí el individualismo

contemporáneo: un estilo de vida en el

que uno se aísla para complacer sus

gustos. Un mundo solitario es un

mundo sin amor, y una vida sin amor es

una vida triste, por mucho agrado que

se consiga. Además, esa falta de

esperanza da paso a un universo de

recelos y de miedos, donde se está en

manos del azar o de un prójmo que, si

es como uno mismo, no es de fiar. Es

significativo que en un mundo tan

confiado en la técnica florezca algo tan

irracional como los adivinos y los

horóscopos. En todo caso, ya decía el

romano Vegecio en el siglo IV que el

afán de seguridad agosta todas las

grandes empresas. Esos miedos

empequeñecen el corazón y condenan

a un mundo rutinario y aburrido.

Quien piense que la esperanza en el más

allá suprime toda esperanza intramunda-

na, podría leer el n. 1818 del Catecismo

de la Iglesia Católica para salir de su

error. Dice así: La virtud de la esperanza

corresponde al anhelo de felicidad

puesto por Dios en el corazón de todo

hombre; asume las esperanzas que

inspiran las actividades de los hombres;

las purifica para ordenarlas al Reino de

los cielos; protege del desaliento;

sostiene en todo desfallecimiento; dilata

el corazón en la espera de la bienaventu-

ranza eterna. El impulso de la esperanza

preserva del egoísmo y conduce a la

dicha de la caridad. Lo que mucha gente

no entiende es que la religión católica no

se resuelve en una observancia, sino en

la vivencia de la caridad, del amor. Y el

amor es siempre esperanzado; su

carencia es en cambio desesperante, y

acaba por ser desesperada.

Obviamente, la literatura no es ajena a

este dilema. Cuando se aleja de la

moral cristiana, no se trata tan solo de

que presente amores inmorales, sino

que sitúa a sus personajes en un

mundo de amores efímeros, que

responden a impulsos sentimentales

más que al auténtico amor, donde

nadie se pregunta por el futuro –condi-

ción de la esperanza- porque encontra-

ría una respuesta sombría. No puede

evitar, aunque describa ambientes de

lujo, un sabor triste. Aunque lo quiera

esquivar, deja patente la amargura de

la soledad a la que conduce ese tipo de

vida. Cuando, por el contrario, describe

personajes –quizás históricos- que

luchaban por un ideal noble, por arduo

que fuera, e iban detrás del amor

auténtico, el lector, aunque esté

imbuido de la ideología individualista

prevalente, no puede acabar su lectura

sin que se le escape interiormente una

conclusión:

“ya me gustaría ser como

ése”.

E

l afán de seguridad agosta todas las

grandes empresas. Esos miedos

empequeñecen el corazón y condenan

a un mundo rutinario y aburrido.

En el mar hay cocodrilos

Fabio Geda

Austral

192 págs. 7,95 €

El despertar de la señorita Prim

N. Sanmartin

Booket

352 págs. 8,95 €

La sociedad literaria

A. Barrows y Mary A. Shaffer

Rba

303 págs. 21,00 €

PARA PENSAR

SL

TROA

49